Cali, ciudad de la riqueza hídrica:
sedienta y agonizante*
Por
Hernando Uribe Castro
Magíster en Sociología, Estudiante del Doctorado en Ciencias Ambientales, Universidad del Valle
Integrante
del Centro Interdisciplinario de Estudios de la Región Pacífico Colombiana,
CIER
Profesor Universidad
Autónoma de Occidente
Cuando se estudia la
historia de la ciudad de Cali, es claramente observable que los investigadores
y estudiosos se centraron, de modo particular, en las acciones humanas
privilegiando, particularmente, las “exitosas” clases sociales altas y las
elites de poder, y escasamente se centraron en el entorno natural y en la diversidad
de este paraje.
Ha sido mediante la
literatura, la poesía y la música, así como la memoria de los abuelos, las
cartografías históricas y las fotografías, lo que ha permitido dimensionar una
pequeña parte del vasto entorno natural sobre el que se constituyó esta ciudad.
Obras como el Alférez Real y María son solo algunos ejemplos que muestran
algunos aspectos de la diversidad y la majestuosidad natural de este espacio.
No obstante, un
análisis actual que se puede hacer al lugar que ocupó y que ocupa el proceso de
construcción de esta ciudad de Cali, muestra claramente el modo como el proceso
de expansión urbana destruyó, y continua haciéndolo, cada una de las 7 cuencas
hidrográficas afluentes del río Cauca.
La ciudad creció
absorbiendo los cursos de agua, en algunos casos, convirtiéndolos en canales de
aguas residuales (río Cañaveralejo, Meléndez y Lilí); en otros casos, maquilló
algunos sectores como parte de la estética urbana para zonas de esparcimiento o
para los ojos de turistas (Meléndez a la altura del barrio el Ingenio y el río
Cali a la altura de Hotel Intercontinental), pero cuyo restos de cursos tanto
en la parte alta como en la parte más baja de sus cuencas sus condiciones son
deplorables.
Estructuralmente, las cuencas de los ríos de Cali (algunas de ellas Pichindé, Aguacatal, Cali, Cañaveralejo (Piedras), Meléndez, Lilí, Pance y Cauca, entre otras), fueron maltratadas en
nombre del progreso y del desarrollo urbano. Progreso y desarrollo que se
gestionó y se ejecutó a través de las obras lideradas por procesos de
planeación y de los Planes de Desarrollo Municipal por parte de los agentes del
Estado y de los agentes privados que por acceder a acumulación de capital a
través del negocio y mercado del suelo le dieron la mínima importancia a todos
estos ríos.
Solo basta dar un
vistazo al curso del río Cañaveralejo para darse cuenta de cómo su cuenca fue
atrapada por urbanistas y urbanizaciones. Este río desaparece de la faz de la
ciudad a la altura de la Plaza de Toros sobre la calle 5ª; una cuenca que fue
mutilada, un daño que además de perjudicar a la cuenca también genera
perjuicios mayores a especies animales y al mismo habitante humano.
Por su parte, el río
Pance considerado hoy como el menos impactado por el desarrollo urbano, está
siendo capturado por los agentes del capital privado que negocian y construyen
urbanizaciones en condominios para clases medias altas y altas.
Y eso sin nombrar la
extracción de agua subterránea de los pozos geológicos que son usados por empresas
particulares para sus procesos productivos.
Cada río tiene su
propia historia de destrucción y esa historia ambiental es la que se debe
recuperar y recomponer para encontrar los agentes responsables directos e
indirectos, visibles e invisibles. Agentes y actores que seguramente continúan
haciendo de las suyas con la naturaleza de este paraje.
Los pobladores a través
de sus generaciones presenciaron este proceso de destrucción que se hizo frente
a sus propias narices, pero que no lograron dimensionar los perjuicios que esto
traería para las generaciones presentes, cuando los embates del calentamiento
global, de la variablilidad climática y de la naturaleza empiezan con toda su
furia a dar respuesta por este maltrato humano.
Una ciudad con una riqueza hídrica pero sedienta de agua. Hoy en día, los cortes de agua, los racionamientos y el
alto costo de este líquido golpean a todos los pobladores. No es la Naturaleza
y su sequía la culpable de esta carestía, es la irresponsabilidad, negligencia
y egoísmo de las acciones humanas que definieron el rumbo de lo que hoy es esta
ciudad.
Los actuales
gobernantes y agentes asesores que están detrás de las bondades del capital
urbano y la acumulación de riquezas que pueden lograr con ello, quieren
solucionar y solventar el problema con corredores verdes construidos sobre las
autopistas de carros y no sobre la recuperación de los bordes de las cuencas
desde su nacimiento hasta su desembocadura como sería coherente.
Se invierte y se
prefiere en la estética de la ciudad -hacerla de Cali la más bella como ciudad
marca-, que en la búsqueda y el planteamiento de soluciones estructurales de la
plataforma ambiental del Municipio. Es decir, interesa la idea de maquillar y
construir una percepción de desarrollo urbano, de que todo va bien y en
progreso.
Se llevan a cabo
megaobras para beneficiar los autos y las megaedificaciones comerciales. Pero
poco se hace con respecto a la recuperación total de las cuencas hidrográficas,
la recuperación vegetal y faunística de los cerros y de las montañas de la
cordilleras, la recuperación y la protección de los bosques donde están los
nacimientos del agua y la construcción de una emoción, de una sensibilidad y de
una identidad de los pobladores donde se prime e imprime el respeto por la naturaleza
y la ética de la responsabilidad humana para consigo mismos y para con el
sistema viviente.
La ciudad requiere con
urgencia una intervención profunda y estructural que se enfoque a recuperar de
modo sistémico e integral las siete cuencas hidrográficas. Acompañado este
proceso de todo un conjunto de dispositivos culturales encaminados a fortalecer
los lasos de una ética de la responsabilidad y de fraternidad entre los propios
habitantes y su relación con cada uno de los elementos de la Naturaleza. Que
prime la vida del sistema viviente que es inconmensurable por sobre cualquier
racionalidad y reduccionismo económico que se haga con la vida.
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* Publicado por El Pueblo, el 12 de septiembre de 2015.