Danzando entre la racionalidad ambiental y el diálogo
de saberes:
a propósito de la visita de Enrique Leff a Colombia
Por: Hernando Uribe Castro
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Enrique Leff y Hernando Uribe Castro |
“La verdad no brota de nuestras opiniones,
sino de otro lugar,
tal vez del
libre movimiento del pensamiento tácito”
Bohm, 1996:66
Saludos
Señor Rector Luis H. Pérez; Señores del Consejo Superior y Académico; Doctores
Vicerrectores Álvaro del Campo Parra y Diego Smith; Doctora Magdalena Urhan,
Dirección de Investigaciones y Desarrollo Tecnológico; Profesora Sonia Cadena, Centro
de Desarrollo Académico; Señores Decanos y Jefes de Departamento; Profesoras,
profesores y estudiantes; Invitados e invitadas de otras universidades y de la
comunidad en general.
Es para mí un honor y un privilegio presentar a ustedes, en este
auditorio Quincha de la Universidad Autónoma de Occidente, al profesor Enrique
Leff. Destacado investigador, intelectual y representante de nuestro
pensamiento ambiental latinoamericano en el escenario mundial. Uno, que nos ha
puesto a pensar en la necesidad de incorporarnos en otro modo de ver el sentido
del sistema viviente como totalidad y ha aportado, a la descolonización del
pensamiento.
El que me hayan asignado esta tarea tan delicada, importante y honrosa, me
puso, de hora y momento (al modo de Maturana y Bloch, 1996), en un fluir de mi
emocionar, como una danza que va de una emoción a otra emoción; una danza de
emociones que por supuesto no se ha detenido y que ustedes ahora ven expresada
con toda claridad en mi rostro.
Ideas expuestas por el profesor Leff que, en movimientos rítmicos, se
deslizan sobre el amplio y elegante salón donde reposan nuestros
pensamientos. Emociones que nos producen
la libertad de considerar la profunda interconexión que tenemos como especie
con la naturaleza. Pero somos una especie muy extraña. Algo así como un
proyecto de especie en proceso de construcción destructiva.
Pero somos una especie muy extraña. Algo así como si fuéramos un proyecto
de especie en proceso de construcción destructiva.
1. Leff: Críticas a la sociedad moderna y a la ciencia.
El texto del profesor Enrique Leff, al que haré rápidamente referencia
se corresponde a la ponencia presentada por este autor en el I congreso
Internacional Interdisciplinar de Participación, animación e intervención
socioeducativa en la ciudad de Barcelona, España, en 2005.
La reflexión del profesor Leff se centra en la crítica que desde el
saber y la epistemología ambiental (entendida como un trayecto para comprender
qué es el ambiente), hace con respecto al campo de la ciencia moderna que fue
uno de los instrumentos de los agentes del capitalismo para su reproducción como
sistema hegemónico global que logró fragmentar la realidad en disciplinas.
Un mundo que, como lo expresa Morín, si se mira con un ojo se verá el
progreso y el desarrollo, pero que si se hace con el otro, se verá el horror y
la guerra. Por tanto, “la crisis no es lo contrario del desarrollo, sino su
forma misma.” (2011:30)
A lo largo de los últimos siglos, se constituyó un modelo de sociedad
donde primó una racionalidad económica que instauró una forma particular de
conocimiento que produjo la división entre la sociedad y la naturaleza. El conocimiento fue gobernado por las leyes
del mercado que valoró al ser humano y la naturaleza como recursos explotables,
como objetos y cosas transables.
Unas leyes del marcado dictadas desde un grupo de poder que acumuló
riqueza, produjo desigualdad, inequidad e injusticia, y que ha usado el
conocimiento científico como legitimador de su existencia. Esta sociedad
consumidora, despilfarradora, inestable y con grandes incertidumbres, ha
producido una crisis civilizatoria y ha logrado imponer sobre los seres humanos
la idea de que la única verdad y el único camino es el capitalismo.
Los agentes del capitalismo fracturaron entonces la posibilidad de un
mundo diferente. El desarrollo se convirtió en un mito tecno-burocrático “Un
delirio abstracto como racionalidad.”
Frente a ese mundo construido en la sociedad occidental, Leff propone
como idea central lo siguiente: el saber ambiental emerge como una forma de
conocimiento que confronta la ciencia (positivista dominante), que interroga
los elementos causantes de la crisis civilizadora y que conduce a la
construcción de una racionalidad alternativa en la comprensión del mundo, capaz
de reformular una nueva epistemología, así como de promover acciones para el
cambio de mentalidad desde un diálogo de saberes. La acción, el emocionar y la
reflexión epistémica se integran como un todo coherente para derrumbar los
mitos del éxito civilizatorio.
Para Leff, “la crisis ambiental lleva a cuestionar el pensamiento y el
entendimiento del mundo, la ontología, la epistemología y la ética con las que
la civilización occidental ha aprehendido al ser, los entes y las cosas” (2006,
p. 4)
Leff caracteriza los elementos constitutivos de ese saber ambiental.
Desde mi perspectiva estos elementos son: una crítica al conocimiento
científico positivista, el saber ambiental, el diálogo de saberes y la
racionalidad ambiental.
Como respuesta a esa crisis civilizatoria, emergen entonces, pensamientos
alternativos como el saber ambiental
que se constituye como un marco epistemológico que construye una racionalidad
alternativa a partir de la cual, se pretende recuperar el sentido de la
relación sociedad y naturaleza donde no prima la racionalidad del reduccionismo
económico.
De este modo, el saber ambiental se encarga de develar las implicaciones
nocivas de un modelo económico liderado por grupos de poder y de dominación
global, que basados en la epistemología racionalista y empirista, han sabido sacar
provecho de la naturaleza para su beneficio. Por ello, desde el saber ambiental
se convocan a las diferentes visiones y comprensiones de los fenómenos ambientales
desde una perspectiva interdisciplinaria.
Leff considera que el saber ambiental “ha puesto en comunicación al
estructuralismo con el postestructuralismo; a la modernidad con la
posmodernidad; al método científico y la racionalidad económica con los saberes
populares; a la ética con el conocimiento” (2006:15). Para Leff, el saber
ambiental “nace en el campo de la externalidad de las ciencias, y se cuela por
los intersticios de los paradigmas del conocimiento. (2006:16)
Como claramente lo expresa Leff, el saber ambiental reafirma el ser,
respeta las identidades en los territorios, y en ello la diversidad cultural y
todo su conocimiento. “cuando se ha ido más allá de aquello que producía miedo,
la inteligencia puede ponerse a trabajar” (Bohm, 1996:64)
En este marco epistemológico aparece el diálogo de saberes como un
mecanismo que permite comprender la complejidad ambiental en donde convergen
distintas epistemologías, representaciones y entendimientos para dar
posibilidad a nuevas miradas del conocimiento, así como renovadas comprensiones
y cosmovisiones. “Escuchar es un arte” como sabiamente lo expresó Krishnamurti (2009).
Sobre el diálogo existen páginas y páginas escritas, pero no tan
profundas como en su momento lo ha expresado Leff y como lo llegó a escribir el
destacado físico David Bohm. Me parece que existe mucha complementariedad entre
las dos concepciones sobre el diálogo.
Señalaré algunas citas del texto de Bohm que expresa:
“La
actitud decisiva que nos lleva a aferrarnos a nuestra creencias y decir «yo
tengo la razón», limita nuestra inteligencia porque el ejercicio de la
inteligencia consiste precisamente en no defender ningún tipo de creencia […] No
hay motivo para aferrarse a una creencia si tenemos alguna prueba de que está
equivocada… la mejor actitud frente a una creencia o una opinión consiste en
abrirnos a la evidencia de su posible falsedad.” (Bohm, 1996:66).
Ese diálogo de saberes ha sido central para las prácticas
interdisciplinarias porque permite atender otras voces. Para escuchar, expresa
Krishnamurti, “habría que abandonar o hacer a un lado todos los prejuicios,
formulaciones previas y diarias actividades” Esta es una estrategia de la
racionalidad ambiental. La racionalidad ambiental que se produce desde ese
saber, tiene incidencia en la política y en los espacios de decisión política,
porque posee los argumentos necesarios para defender la diversidad. Sus bases
son “la formación económica de Marx, el concepto de racionalidad de Weber y el
concepto de saber de Foucault” (2006:21)
Pero se debe tener en cuenta que el diálogo de saberes supera la
interdisciplina, puesto que su espacio rompe con la estructura institucional
para ubicarse en el espacio de la otredad, donde estas las comunidades y
los movimientos sociales. El diálogo de saberes no es lo mismo que el
diálogo disciplinar.
2. Una racionalidad ambiental
La crisis ambiental se define como un signo de la sociedad moderna, que
es a su vez crisis civilizatoria y de conocimiento. Forjada por los usos
nocivos que se hizo de la ciencia al servicio del capital que le dio forma a la
humanidad en los últimos siglos. Una humanidad que ha visto cómo el
reduccionismo económico y tecnológico determinó las decisiones sobre la vida
social, y no la ética y la filosofía como lo propone Max-Neff.
Por un lado confronta y devela el funcionamiento de esa sociedad que
llevó al caos y la marginación de la naturaleza, pero por otro lado, propone
reformular las bases del conocimiento hasta ahora existente. La racionalidad
ambiental conjuga “el orden teórico e instrumental del conocimiento con los
valores que plasman todo saber ambiental, abriendo las perspectivas de una
administración científica y técnica del ambiente hacia una nueva racionalidad
que integra la pluralidad de valores, visiones, concepciones e intereses que
configuran el campo de la ecología política, donde confluyen diversas formas de
racionalidad, así como las diferentes significaciones culturales asignadas a la
naturaleza.” (2006:21)
Esa reformulación se logra mediante un nuevo esquema epistemológico. Una
epistemología que pone en crisis los conceptos legitimados por las ciencias que
validan el capitalismo, por otros conceptos que lo retan, como lo es el
precisamente, el concepto de ambiente, como campo de relaciones entre la
naturaleza y la sociedad. Una nueva forma de ver las cosas pues descentra el
capital como núcleo de la vida para dar paso al ambiente como centro de la
preocupación. El ambiente es la complejidad del mundo.
Así, la racionalidad ambiental transforma la mirada tanto que se tiene
de la función del conocimiento al servicio de la sociedad, como del papel de la
ciencia en la construcción del mundo. Una racionalidad que aboga tanto por la
complejidad (como reflexión
multidimensional de la relación hombre y naturaleza), como por el diálogo
de saberes (que son las distintas formas
de explicación disciplinar con los no
disciplinares, discursos no científicos y de la diversidad cultural y de otras
identidades) y como por la interdisciplinariedad (que como diálogo de saberes, aboga por la posibilidad del encuentro
disciplinario en función de sus métodos, teorías y conceptos).
La
racionalidad ambiental integra la acción y la reflexión juntas. Por reflexión
entiendo:
“En
la mirada reflexiva admitimos operacionalmente que no sabemos, y miramos en la
inocencia. Como resultado de esta mirada podemos ver algo distinto y cambiar.
La reflexión como un acto en el lenguajear cambia nuestro ser porque cambia
nuestro emocionar, de modo que quedamos orientados de distintas maneras en
nuestro espacio relacional fuera de la situación anterior.” (Maturana, 1996:241).
Tenemos
una responsabilidad con las generaciones que hoy se están formando en los
hogares, las escuelas, los colegios, las universidades y en el espacio público,
porque el “emocionar ambiental” (como el fluir de las emociones hacia nuestro
entorno en relación con la naturaleza) que hoy aparece en nuestra relación con
la naturaleza (que por cierto es muy particular y a veces nefasta) es el que
vivimos desde nuestra infancia. Por ello, “cuando los científicos puedan
comprometerse en un auténtico diálogo tendrá lugar una revolución radical en la
ciencia” (Bohm, 1996:71).
3. Unos apuntes como aportes desde mi humilde visión
“Necesitamos honestidad. Necesitamos que nos
liberen de nuestra arrogancia especie-centrista. No existe evidencia alguna de
que seamos «los elegidos», la especie exclusiva para la cual todas las demás
fueron creadas. Tampoco somos la más importante porque seamos tan numerosos,
poderosos y peligrosos. Nuestra tenaz ilusión de poseer una patente de corso
oculta nuestro verdadero estatus de mamíferos erectos y enclenques.” (Margulis,
2002:140)
Motivar
ideas que pretenden descentrar el ser humano como totalidad de la vida, para
dar paso a la comprensión de un sistema complejo viviente, es un trabajo por
hacerse.
La hipótesis Gaia, sustentada en los sistemas complejos, ha venido demostrando
que el planeta Tierra como un sistema complejo, hace parte de un sistema
universal y cósmico, resultado de millones y millones de años de vida, mediante
la interacción y evolución de las especies de vida bacteriana que en su proceso
evolutivo y bajo condiciones geomorfológicas y dinámicas del planeta, dieron
como resultado la producción de la atmósfera y con ella, las condiciones para
la aparición de la biosfera y la diversidad de vida en la Tierra.
En
este largo recorrido de evolución planetaria el ser humano solo aparece en los
últimos momentos. Y aparece para transformar e impactar lo que por tanto tiempo
las otras especies había logrado. El mundo no se ha construido por millones y
millones de años con una complejidad exquisita y una diversidad de vida
deslumbrante para que lleguemos, la conquistemos, la transformemos y la
destruyamos en su riqueza y diversidad. Más difícil aún, el que esto lo realice
un grupo “selecto” que se da el derecho de definir el rumbo del mundo para su
propio beneficio.
El,
a veces, reduccionismo humano y su arrogancia ecológica nos enceguece, nos hace
negar toda probabilidad de vidas diferentes, así como también el origen de vida
compartido con los otros reinos vivientes procedentes de la relación entre el mundo
microscópico y el cósmico.
El
ambiente es también una experiencia comunitaria y por tanto, se debe comprender
que compartimos esta experiencia con otros. Una arrogancia ecológica que
produce “delirios de grandeza” como especie. Arrogancia que nos produce muchas
ilusiones, como por ejemplo, aquella que nos hace creer que conocemos el
presente (Morin, 2011:16) “creemos conocer el presente porque habitamos en él.”
Incluso,
esta arrogancia humana ha conllevado a que no se reconozca la misma diversidad
humana en términos de sus orígenes étnicos y distintas orientaciones. Se
desconoce que lo vivo incluye lo no vivo, que lo material y lo espiritual
conviven, y que las formas de vida mítica y simbólica persisten a pesar de todo
el avance técnico. Que las diferencias en las creencias y las tradiciones
particulares de los pueblos, todavía habitan como realidades concretas en los
procesos mentales y corporales de muchos grupos culturales que aún resisten los
embates de la injusticia social y ambiental dados a lo largo de la historia.
Ese
egocentrismo humano ha impuesto entonces que solo existe una realidad, la capitalista,
y que por tanto se debe rechazar cada nuevo descubrimiento realizado por la ciencia
y sus científicos, porque ponen en cuestión y en peligro la sobrevivencia de la
humanidad. Casos interesantes son los descubrimientos en Bosnia en el valle de
las pirámides desde la arqueología interdisciplinada del Dr. Osmanagich pero
también los descubrimientos del inmenso mundo microscópico de Lynn Margulis.
Los
descubrimientos sobre el sistema viviente planetario, conlleva entonces a dos
procesos sistémicos: por un lado, rompe con todo ese pensamiento conservador,
determinista y egocéntrico de la humanidad como el centro del mundo para quien
un poder divino construyó un planeta para que viviera infinitamente en él.
Pero
por otro lado, abre un nuevo camino de entendimiento, de apertura para comprender
la irreversibilidad y la incertidumbre como componentes que caracterizan la
dinámica de los sistemas vivientes. Y que por tanto, estamos en un mundo en
caos, muy diferente del que nos han hecho creer. Un mundo que al parecer es de
carácter multidimensional. Debemos comprender entonces “Que el porvenir
pertenece más a lo improbable que a lo probable (pues) ninguna estrella guía el
porvenir” (Morín, 2011:23-25)
Esta
nueva disposición de pensamiento, la del sistema natural y viviente como
totalidad, merece comprender también una paradoja: que, a pesar de los efectos
nocivos de la superespecialización, los avances de campos especializados y
disciplinados han sido indispensables para el avance del conocimiento
científico y para las aproximaciones interdisciplinarias en la idea de una
nueva comprensión del mundo. Esto nos lleva a reflexionar sobre la oposición
entre la disciplina y la interdisciplina, así como también nos lleva a
cuestionar la fractura en las ciencias humanas y sociales y las ciencias
básicas y mal llamadas “exactas”, porque la ciencia se construye igualmente con
falsaciones.
Hoy
empezamos a hablar de la postdisciplinariedad, que no es un estado después de
la disciplina, sino un modo diferente de construir conocimiento y que consiste
en partir de problemas como sistemas complejos. Pero la postdisciplinariedad no
hay que tomarlo como algo diferente a la interdisciplina, sino como un elemento
que se une para fortalecerla. Una apertura hacia la ciencia posnormal donde,
incluso, el saber comunitario y popular cobra profundo sentido.
Finalmente
deseo expresar que para librarnos del reduccionismo económico, del determinismo
científico y del egocentrismo de especie que nos produce los delirios de
grandeza, se requiere del amor como fuerza exponencial. Para dar pasos hacia
una racionalidad ambiental, como claramente el profesor Leff nos lo ha
demostrado, se urge resignificar lo que entendemos por amor, y para ello, el
diálogo de saberes que propone Enrique Leff es central. El amor desprovisto de
valores de consumo, de transacciones económicas y utilitarismo. Ese no es,
aunque ese es el que predomina a gran escala en este, nuestro mundo.
Como
lo expresa David Bohm, y en estoy totalmente de acuerdo: “el amor no puede
surgir si no podemos comunicar y compartir el significado.” (Bohm, 1996:82). Y
se requiere mucho amor, iluminación y entendimiento para comprender que nuestro
sistema viviente, en su inmensa grandeza, complejidad, historia y vida,
desborda toda nuestra racionalidad científica. Se requiere un diálogo,
incluyente y honesto.
Estimado
profesor Leff, la Universidad Autónoma de Occidente lo acoge con todo el
placer, con toda la humildad y con todo el amor y el respeto. La comunidad
académica valora profundamente su presencia!
Bienvenido
profesor… Ponga nuestros pensamientos a danzar…
4. BIBLIOGRAFÍA
- Bohm, David. Sobre el diálogo.
Barcelona: Editorial Kairos, 1996.
- García R. Interdisciplinariedad y
sistemas complejos.
- Krishnamurti, Jiddu. Principios
fundamentales de su enseñanza. Octubre 2009.
- Leff, Enrique. (2006). Complejidad,
racionalidad ambiental y diálogo de saberes. Ponencia presentada en el I
Congreso internacional interdisciplinar de participación, animación e
intervención socioeducativa. Barcelona, España. Noviembre.
- Leff, Enrique. (2006). Aventuras de la
epistemología ambiental: de la articulación de ciencias al diálogo de saberes.
México: Siglo XXI.
- Margulis, Lynn. Planeta simbiótico. Un nuevo punto de vista
sobre la evolución. Madrid: Editorial Debate, 2002.
- Maturana, Humberto y Bloch, Susana.
Biología del emocionar y Alba Emoting. Santiago: Dolmen Ediciones, 1996.
- Morin, Edgar. ¿Hacia dónde va el mundo?
España: Paidos, 2011.
Definí el sistema viviente como una totalidad como
aquella perspectiva en proceso de construcción, que comprende la formación
continua e incesante de la diversidad de la vida como parte de un sistema más
amplio y complejo existente en la naturaleza del universo y que va desde su
dimensión microscópica a nivel subatómico hasta el nivel de los procesos
macroscópicos o cósmicos y astronómicos.