Este es un espacio que propone reflexiones y debates sobre la inter-retro-conexión sociedad en la Naturaleza y la Naturaleza en la sociedad.

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viernes, 22 de mayo de 2020

ASÍ ESTAMOS EN EL MES DE MAYO DEL 2020


ASÍ ESTAMOS EN EL MES DE MAYO DEL 2020

Por:
Hernando Uribe Castro
Doctor en Ciencias Ambientales


Hacemos parte de un mundo social donde una masa de seres humanos para poder existir, tiene que obedecer las reglas y los requerimientos impuestos por el capital y sus agentes dinamizadores. Cada individuo entrega su fuerza física, su capacidad intelectual y su práctica  al trabajo desempeñado en estas empresas, industrias y corporaciones para que estas puedan crecer y sostenerse económicamente; el sistema económico -“regulado” por el Estado- ofrece a cambio de ello, un salario valorado en pesos mínimos (según el oficio desempeñado): con este salario, los individuos tienen que sobrevivir, pero también tienen que adquirir del mercado los servicios que estos prestan mediante el sistema de compras (alimentos, servicios, productos, lujos, diversión...). Y en estas se la pasa la sociedad día a día. C. Marx, en su momento, describió muy bien las bases esenciales de este proceso.

Al llegar el Covid 19, esta maquinaria de sistema mundo capitalista casi se paralizó. Un virus que se expandió exponencialmente por todos los países y cuyo modo de contagio se producía de forma muy fácil. En pocos días, el número de enfermos y muertos aumentaron las tasas e indicadores de morbilidad y mortalidad: al 20 de mayo la situación era 4.6 millones de enfermos en todo el mundo, 323 mil muertos. Los gobiernos, por sugerencia de la Organización Mundial de la Salud, confinaron en aislamiento a casi la totalidad de la sociedad mundial, sin saber cómo proceder. Todo se paralizó por varias semanas. Entonces, para no detener el sistema y evitar su colapso y declive, se implementó el teletrabajo.

Millones de personas -con posibilidades de conexión a Internet y dispositivos- entraron en esta lógica y bajo cuarentena. Desde sus casas teletrabajaron, abrieron las puertas de la intimidad de su hogar a las corporaciones. Otros millones de seres humanos, sin esta posibilidad, tuvieron que encerrarse en casa (si tenían por supuesto casa) con la ansiedad, la preocupación y la incertidumbre, y sobre todo con la esperanza de recibir alguna ayuda, apoyo o acto de buen de corazón de parte de amigos, vecinos, familiares o del Estado. El mundo durmió temeroso y en silencio, mientras los animales se tomaban el lugar público de los humanos.

En algún lugar del mundo, desde la Casa Presidencial, un hombre se vio obligado a tener colgada la banda de presidente, a tener que sentarse al lado de la banderita y pegarse a la espalda la pintura del General Bolívar todos los días para salir en televisión, y para que la sociedad le creyera que él, era el presiente. Frente a la pantalla anunció ayudas, mientras por fuera de ellas realizaba gastos suntuosos y compra en armamento: compró armas para enfrentar los futuros disturbios y paros sociales que se le venían encima por su ineptitud e incompetencia; gastó el dinero de la paz en publicidad para subir su rancia imagen en las encuestas; contrató funcionarios éticamente cuestionados y cuestionables por antecedentes criminales; favoreció con ayudas a los banqueros y grandes empresarios; liberó a peligrosos delincuentes que estaban en las cárceles; algunas ayudas que se suponían iban dirigidas a los más necesitados, quedaron atrapadas en redes de corrupción; unas más, se fueron a beneficiar a los ciudadanos muertos; Otras ni siquiera salieron de los fondos del Estado. 

Incluso, mantuvo abiertas y funcionando las empresas extractivas, deforestadoras y de monocultivos,  todas ellas destructoras de vida y de naturaleza. Por ello, mientras la sociedad civil y los defensores de derechos estaban en aislamiento obligatorio (indignados y exponiendo sus denuncias en Internet), los conflictos ambientales se profundizaron porque los crímenes ambientales no se detuvieron, así como tampoco se detuvieron los asesinatos selectivos a líderes sociales y ambientales.

Los pequeños comerciantes y grupos de familias buscaron por todos los medios para mantenerse vivos y a salvo. Se vieron obligados a no cumplir con la orden de aislamiento para resolver sus problemas económicos (personales y familiares) del día a día. Pero la enfermedad seguía su expansión, y los índices de enfermos y muertos empezaron a sumar exponencialmente.

El dólar trepó los valores más altos mientras el peso colombiano se devaluó. El valor del petróleo en el mundo estuvo por debajo con cifras históricas arrastradas por el suelo; las pérdidas económicas de muchas empresas de sectores como turismo, aerolíneas y comercio cayeron. Por ello, la presión de las corporaciones y empresas no se hizo esperar en la puerta y entrañas de la casa presidencial. Exigieron abrir la economía y terminar con la cuarentena de la sociedad. Para estos hombres de negocio, era más importante que la economía funcionara y que la gente trabajara y gastara, así se reportaran unos cientos de miles de muertos. Esos muertos, según ellos, no significaban nada para la economía. Para ellos, las pérdidas de vidas no eran más importante, que el declive del sistema.

Entonces, como medida "inteligente", con el virus en su mayor pico haciendo estragos en las calles, plazas y mercados, desde Casa Presidencial se dio la orden para abrir de plena puertas a los sectores económicos, y se mandó a la gente a la calle, al trabajo y a los espacios del comercio para que todo volviera a funcionar, tal y como siempre: efectivamente así sucedió. En pocos días, la curva de muertos y enfermos se tornó en línea recta-directa hacia el techo. Salvar la economía se volvió prioridad y en acto de efectividad. Jugar con la necesidad humana, fue parte de esa estrategia.

Esta es la humanidad que enfrentamos. Esta es la miseria de mundo social de la que hacemos parte. Para los dinamizadores y agentes del capital, la vida de un ser, de una planta y de un animal no valen nada. Lo que para ellos importa, es el fluido y la acumulación del capital. Un capital que ya no representa su valor en oro físico, sino un efecto de ilusión basado en cuantas posesiones y ceros acompaña el dígito en una bases de datos de las entidades financieras. Una economía que es ficticia y que produce magia social, capaz de imponer en la estructura mental su existencia.

¿Habremos aprendido algo?

  

lunes, 11 de mayo de 2020

RETOS QUE AFRONTA LA CIUDAD DE CALI DE CARA A LA CRISIS POR PANDEMIA

Retos que afronta la ciudad de Cali de cara a la crisis por pandemia

Por:
Hernando Uribe Castro
Doctor en Ciencias Ambientales


Habría que iniciar esta reflexión explicando que no existe un reto principal, sino un conjunto de retos principales que Cali -como ciudad región colombiana-, enfrenta en este escenario de Covid 19.

Y pienso que es necesario indicar que además de los desaciertos y de las prácticas de corrupción vistas en las esferas del gobierno nacional en cuanto al manejo de la situación de pandemia, así como de los problemas estructurales relacionados con las deficiencias del sistema de salud (falta de hospitales, escasa bio-seguridad, paupérrimos recursos económicos, carencia de equipamientos, escaso personal médico y malas remuneraciones salariales), la ciudad enfrenta otros retos que igualmente inciden en el hecho de que en ella se presente un número importante de personas contagiadas, aumento de enfermos en Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) y un alto índice de muertos. Datos que cambian todos los días, pero que además expresan una lucha entre quienes defienden la veracidad de los datos oficiales y quienes consideran que estos datos oficiales, a pesar de provenir de las instituciones del Estado, son datos parciales y que no ofrecen un conocimiento de las verdaderas dimensiones de la gravedad de la situación.

Ahora bien, he querido indicar primero que Santiago de Cali es una ciudad muy particular, pues carga consigo la marca del pasado de ser un nodo espacial (nodo regional) que conecta dinámicas y movilidades hacia distintos destinos del país. Esta urbe conecta el interior del país con Buenaventura (ciudad puerto que empieza a marcar un alza en nuevos contagiados) y toda la zona del Pacífico; con el Eje Cafetero y el centro del país donde se encuentra la capital, Bogotá; y con la zona sur, por la cadena de los Andes hacia países como Ecuador y Perú (lugares fuertemente afectados por la pandemia). Esta situación determina que cualquier flujo humano migratorio -con posibilidad de contagio- que venga desde el sur de Colombia y se dirija hacia el centro o el norte del país y del continente, tenga que pasar necesariamente por Cali. Un ejemplo de ello ha sido la migración de grupos de venezolanos que escaparon de la grave situación de salud en Ecuador por la pandemia y que hicieron de Cali, un sitio obligado de paso, porque habían decidido regresar a su lugar de origen. Muchos de estos viajeros se quedaron y pernoctaron aquí para continuar su marcha hacia el nororiente. Esto fue percibido por las autoridades como un gran riesgo de propagación del virus en la ciudad. Por ello se vio a la alcaldía de Cali contratando buses para repatriar a estas personas (lo que se dio a conocer como "Corredor humanitario"). Pero esto implica unos altos costos económicos para el municipio, que ninguna alcaldía podría soportar. A pesar de estos esfuerzos, es claro que no todas estas personas provenientes de un Ecuador bastante afectado, y que estuvieron expuestas a la posibilidad de contagio, fueron repatriadas.

Otro elemento que complicó la situación ha estado marcado por el comportamiento de algunos ciudadanos que viven en Cali y que perciben el virus como algo distante en sus vidas y no acatan las normas establecidas de salud, seguridad y protección (propia y colectiva). Esto es un efecto que se percibe en toda la ciudad y en todos los sectores. Reproducen el efecto del que trata la fábula de Rafael Pombo “El renacuajo paseador”: personas que a pesar de las advertencias de la letalidad del virus, no acatan las normas y exponen sus vidas a un alto riesgo: hacen fiestas clandestinas; salen a pasear los fines de semana a sus casas de campo; caminan por las calles sin protección; se citan en lugares ocultos para quebrantar la norma.

La pregunta de fondo frente a este tipo de comportamiento es ¿Cómo exige el Estado a una población que se comporte de tal manera (por ejemplo en cuarentena y aislamiento), si sus mismas instituciones han estado ausentes en la vida cotidiana de muchos ciudadanos? ¿qué se puede esperar de un Estado cuya debilidad y presencia se nota en buena parte del territorio nacional, y donde la ley no es la ley del Estado sino de los grupos que controlan territorios y población? Es notoria la desobediencia de determinados grupos por mantener el control de sus espacios y sus economías. Incluso, ha llamado la atención, especialmente, el tráfico de drogas que ven en las medidas de aislamiento las mejores oportunidades para garantizar la producción y distribución. Todos los días aparecen titulares en los medios de comunicación que dan cuenta de las detenciones a vehículos de carga, avionetas, autos particulares, bicicletas, ambulancias y hasta servicios de domicilios por el transporte de estupefacientes.

Otro de los retos que enfrenta esta ciudad de cara a la pandemia está en que ésta posee grandes desigualdades sociales e inequidades económicas. Cali, además de ser una ciudad segregada, es una urbe cuyos bordes urbanos y algunas zonas marginales expresan formas de ocupación informal que muchas veces quedan por fuera de los apoyos y las ayudas. Algunos de estos sectores no aparecen en las cartografías oficiales del Estado. La informalidad barrial en Cali es significativamente alta. Por ejemplo en 2018 se decía que: "En las 133 invasiones que hay actualmente en Cali habitan 150.000 personas, de las cuales al menos un 40% se encuentra en zonas de alto riesgo no mitigable, es decir, cerca de 62.000 personas"(1). En algunas urbanizaciones construidas recientemente para resolver el problema de los asentamientos informales, se hicieron casas o apartamentos entre 28 y 35 m² donde habitan por lo menos, tres y cuatro personas. Santiago de Cali no es una ciudad homogénea (continua), sino una urbe de retazos (discontinua), jalonada y alargada espacialmente por el juego de intereses económicos de grupos privados que luchan por el monopolio del mercado del suelo.

Conviene reflexionar un momento sobre cómo la situación de pandemia ha dejado ver -con mayor claridad-, los problemas estructurales que enfrenta el planeamiento urbano. Este es un hecho estructural que afecta y que tiene que ver con la forma histórica de la distribución espacial de la ciudad, así como de su morfología urbana. Estamos ante un excelente ejemplo de una urbe desigualmente ocupada. Pequeñas zonas con alta densidad de población y grandes zonas con muy baja densidad de población. Inequidades socioespaciales que ponen en evidencia además, la inequidad en la distribución de las condiciones y beneficios ambientales. Las zonas densamente pobladas (especialmente en el oriente) carecen de espacios públicos, parques, espacios arborizados y amplias áreas para el esparcimiento. Los habitantes viven "arrumados", casa tras casa, y por tanto se exponen fácilmente al contagio. Existe muy poco espacio público por habitante. Así mismo, existen sectores populares cuyas condiciones de vida enfrentan graves problemas ambientales y de salubridad. No es raro que esta ciudad sea una con los mayores índices de enfermedad por Dengue. Distinto es lo que sucede en otras zonas (como por ejemplo en el sur de la ciudad) donde hay más espacio público, más parques, amplias zonas verdes y lugares de esparcimiento. La proporción de espacio público por habitantes es mucho mayor.

              
Sector oriente de Cali
Sector sur de Cali

Hace algunos años, hablo de 2013, en un artículo que publiqué con Franco(2), hacíamos cuentas del espacio público por habitante, según los datos obtenidos de los informes de la Oficina de Planeación Municipal, y observábamos que al 92% de los caleños le correspondía en ese entonces 2,6m² por persona y al 8% le correspondía el 20,64 por persona (Uribe y Franco, 2013, p. 86). Imagino que estos valores de alta inequidad espacial en el presente no han variado, teniendo en cuenta lo que ha sucedido con la expansión urbana en los últimos años.

En este sentido, todo sucede como si la segregación socioespacial de la ciudad de Cali se correspondiera con la segregación de la calidad ambiental y la salubridad. Cali, como ciudad región, tiene problemas de insustentabilidad y, por su puesto, para muchos ciudadanos del derecho de vivir la ciudad en condiciones de dignidad y de salud.

Querría insistir en la idea aquella que he venido planteando y que establece que el Covid 19 dejó ver que la enfermedad y su propagación también dependen tanto de las condiciones sociales como de las ambientales. Y que en este sentido, aquella población que se encuentran en situación de mejor localización y de entorno urbano-ambiental, tiene mayores posibilidades de protección contra la pandemia.

Una pandemia, cuyos escenarios futuros de propagación para esta ciudad -de no manejarse del modo correcto, honesto y decidido-, alcanzará unos niveles de increíble gravedad(3).


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1El País, (2018). 62 mil personas que viven en invasiones de Cali están en alto riesgo. Junio 12 de 2018.
2. Uribe Castro, H. & Franco, L. (2013). Espacio público, resignificación y neoliberalización en Cali. En: Revista geográfica No. 154, julio-diciembre de 2013. 
3. El País, (2020). Seis posibles escenarios sobre el avance del Covid 19 en los próximos meses en Cali.  En línea:https://www.elpais.com.co/cali/seis-posibles-escenarios-sobre-el-avance-del-covid-19-en-los-proximos-meses-en.html?fbclid=IwAR0RHP2o48E6-l2XIQmFwzdepubiY-63V6u03MZaPQhqwmDY2fF4OCQZvXY