Por
Carmen Jimena Holguín, Elizabeth Gómez Etayo, Hernando Uribe Castro,
Germán Ayala Osorio y Guido Germán Hurtado Vera
Durante la semana, del 5 al 9 de diciembre, dos acontecimientos abominables han circulado por los medios de comunicación, mostrando la crueldad humana y la muerte, como unos hechos más de la dinámica cotidiana de nuestra descompuesta sociedad colombiana.
El primero de ellos, perpetuado por soldados del ejército de Colombia,
adscritos al Batallón Ayacucho de Manizales, en el que cinco uniformados, un
cabo y cuatro soldados, asesinan a sangre fría, con impacto de fusil, a un
indefenso perro de raza pit-bull, que muere por el impacto de cuatro disparos.
Quizás estemos ante un burdo ejercicio de guerra, en el que el perro hace parte
de la simulación de un combate, o de un ‘falso positivo’[1].
Uniformados como estos, han sido elevados, por la acción mediática, al estatus
de héroes de la Patria, en un juego ideológico de unos medios masivos que dan
tumbos y bandazos a través de sus perversos criterios de noticiabilidad.
Durante varias emisiones, especialmente los noticieros de televisión, disparan
ráfagas de patrioterismo a unas audiencias encantadas y adormecidas ante el
valor y el arrojo de soldados y policías. Pero de repente, esos mismos medios
registran unos hechos execrables, eso sí, sin mayor cubrimiento y análisis,
pues se trata de la vida de animales, simples seres, que junto a secuestrados e
indigentes, entre otros, apenas si alcanzan el estatus de noticia, cuando la
muerte les llega, así, de improviso.
Si bien esta es una conducta que no puede generalizarse a toda la institución
castrense, sí deja mucho que decir de colombianos representantes de una fuerza
armada, que deben, por encima de cualquier consideración, preservar la vida, la
dignidad, el respeto y los derechos fundamentales de todo ser viviente, así
muchos insistan en que los animales, al no tener conciencia, no deben ser
sujetos de derechos. Cuán equivocados están, pues si nosotros los humanos, que
sí tenemos conciencia, tenemos la obligación de garantizar la vida no sólo de los
animales, sino de las plantas y en general, de la vida en el planeta. Por ello,
el asesinato del perro no es sólo un asunto que debe ser investigado por el uso
inadecuado de recursos públicos, es decir, la munición gastada (peculado), sino
porque la acción muestra un alto grado de bestialidad, de “inhumanidad”, con la
que algunos héroes de la patria asumen con desprecio la vida.
El comportamiento de los militares va en contravía de lo estipulado en la Ley
84 de 1989, sobre el Estatuto de Nacional de Protección Animal, en lo relativo
a la protección de los animales; en su artículo 1, reza lo siguiente: “A partir
de la promulgación de la presente Ley, los animales tendrán en todo el
Territorio Nacional especial protección contra el sufrimiento y dolor, causados
directa o indirectamente por el hombre”. Por supuesto en concordancia con lo
anterior, los “héroes de la patria” que cometieron el abominable asesinato,
actuaron en contravía a dicho enunciado; por ello se espera que todo el peso de
la ley recaiga sobre ellos, no sólo como militares, sino como ciudadanos.
El segundo hecho que repudiamos es la matanza de 18 perros y gatos en el
municipio vallecaucano de Tuluá. Estos hechos, tal como el anterior, merecen el
repudio de toda la sociedad en su conjunto, y no sólo de las organizaciones
defensoras de los derechos de los animales, pues nuevamente la crueldad del
hombre se ensañó contra éstos, quienes ya de antemano enfrentaban los embates
del olvido y la crueldad del hombre, pues como se denunció por El Tiempo.com,
“los cadáveres eran de animales callejeros, según denunció la Red de Protección
Animal y ambiental”.
Todo lo anterior contrasta con el reconocimiento que se le hizo al escritor
colombiano Fernando Vallejo en la pasada Feria del Libro de Guadalajara, quien
afirmó, “Me siento muy honrado por el premio que me dan; no pienso que lo
merezca; este diploma lo guardaré en mi casa con orgullo; y los 150 mil dólares
que lo acompañan se los doy, por partes iguales, a dos asociaciones caritativas
de México (defensoras de animales).” Vallejo, a quien tanto insultan en
Colombia, desborda con sus acciones el discurso ventijuliero de muchos
prohombres de este país que dicen defender y respetar las leyes y los derechos,
pero que de alguna manera cohabitan con manifestaciones violentas como las aquí
reseñadas.
Como académicos, comprometidos con la defensa de la vida en todas sus
dimensiones y manifestaciones, no nos queda otra opción que la de repudiar, e
instar a que los medios de comunicación como actores claves para la inscripción
de problemas públicos en la agenda pública, jueguen un papel más activo, en la
denuncia y develamiento del trasfondo que asuntos como los mencionados
implican. No se trata sólo de entrevistar a expertos en el tema, sino de asumir
un papel político en la defensa y protección de la vida, en este caso de los
animales. Se trata de hacer seguimiento a los hechos y vigilar que los
responsables sean castigados.
A lo mejor estamos exigiendo mucho a unos medios cada vez más plegados a un
gobierno y a unas fuerzas militares, que en el contexto de un degradado
conflicto armado interno, ponen la muerte por encima de la vida. Hoy,
combatientes de uno y otro bando, miran con desdén la vida de sus enemigos, de
allí que perros y gatos terminen muertos, asesinados o abandonados por una
sociedad sumida en la degradación, en la indolencia, en la insolidaridad y en
un profundo desamor por sus semejantes, los animales.
En países como Estados Unidos, el abuso contra animales es un delito denominado
“felony” y es penalizado con cárcel. Se asume que quienes incurran en éste son
peligrosos criminales capaces de agredir a inocentes en condiciones de
indefensión, pues es, inclusive, más grave violentar a un animal que a un ser
humano, puesto que el animal ni siquiera tiene la mismas condiciones racionales
que el humano para comprender sus acciones. Podría tenerse como referente lo
que sucede en este país, para avanzar en Colombia hacia sanciones fuertes y
ejemplares contra estos asesinos.
Quizás el despropósito de quienes ejecutaron estos crímenes contra animales,
perros y gatos, tanto militares como civiles, en caso que estén involucrados en
los hechos de Tuluá, se corresponda con un modelo de ser humano violento
producto de una sociedad indolente donde la vida cada vez más vale menos. Si no
vale la de un ser humano, mucho menos la de un perro o un gato. Pero
asesinarlos a ellos o a los tiburones de Malpelo dice mucho de nuestra terrible
condición humana y de nuestra pauperizada cultura, azuzada por el Estado y los
medios de comunicación.