Este es un espacio que propone reflexiones y debates sobre la inter-retro-conexión sociedad en la Naturaleza y la Naturaleza en la sociedad.

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viernes, 19 de agosto de 2016

EDWARD

EDWARD

Bajo esa luz emanada por la luna golosa, inmensa y brillante que rasgaba el infinito manto oscuro de la noche del 18 de agosto, su aliento de vida se despegó de su cuerpo para alzarse hacia los confines del infinito cósmico. Y su alma, seguramente impactada, desubicada e impaciente, se apartó de su cuerpo, desgarrando su maravilloso ser.

Una bala salida de un arma de fuego impulsada intencionalmente por la fuerza del dedo sobre el gatillo, atravesó su humanidad. Un hombre salido de cualquier parte, entre las penumbras malintencionadas y llenas de avaricia, no solo le arrebató su motocicleta sino que además le arrancó su existencia.

Hacía tan solo un mes atrás, en medios de libros e historias en el Centro de Documentación de Geografía de la Universidad del Valle, Edward me había confiado sus sueños, sus alegrías y sus motivaciones, como si sintiera la necesidad de que quedara en mi memoria las huellas de su vida. Habíamos quedado con el compromiso de hacer un buen trabajo académico para su grado. Y logramos adelantar algo del tema de investigación.

Ese día, después de risas, charlas, promesas y tareas, no se dio una despedida como las demás, pues fue una despedida que se impregnó con un fuerte abrazo, corrientazo de energía al estrechar nuestros cuerpos, extrañamente prolongado y muy fraternal. El momento se percibió con una profunda sensación de no querer despedirnos nunca. Lo sentí intensamente mi amigo... Una última mirada, una cálida sonrisa y unas manos diciendo adios...

Un joven maravilloso que salió de su tierra en busca de oportunidades, con esfuerzo llegó a la universidad y allí se marcó un rumbo de vida en la caótica, insegura y desfigurada ciudad. Ruta que terminó anoche bajo las sombras de la oscuridad callejera y con la luna y las estrellas como testigos.

Tengo en mi memoria el verlo atento en el salón de clase. También, sentado en su lugar de trabajo entre libros y estantes, siempre con esa sonrisa maravillosa y un sentido inmenso de cordialidad.

Una vida que se apaga, un recuerdo que se queda y un dolor que perdurará.