A 35 años del texto “La amenaza contra el tejido de la vida” de Augusto Ángel Maya
A 35 años de la publicación del artículo La amenaza contra el tejido de la vida de Augusto Ángel Maya, su obra sigue siendo relevante al explorar la interacción entre la actividad humana y la biodiversidad, destacando los impactos negativos de esta relación. Augusto Ángel Maya expresó que la vida se configura como un sistema interconectado en el cual la flora y la fauna son componentes esenciales, interrelacionados a través de nichos ecológicos. La biodiversidad es crucial para el equilibrio de los ecosistemas, ya que cada especie desempeña una función específica en los flujos energéticos y los ciclos biológicos.
Esta
visión me hace reflexionar sobre cómo, desde la revolución industrial,
la actividad humana ha alterado y destruido las relaciones ecológicas, a menudo
sin una comprensión plena de sus consecuencias. Recuerdo su ejemplo del DDT en
Vietnam, que ilustra cómo las intervenciones humanas pueden desestabilizar las
cadenas alimentarias y generar efectos imprevistos. Este ambientalista expuso
que se estima que se pierden miles de especies al año, a un ritmo
significativamente más rápido que en épocas prehumanas. La deforestación, la
agricultura intensiva y la urbanización son las causas principales de esta
pérdida, especialmente en los ecosistemas tropicales, que albergan la mayor
diversidad biológica.
Al
profundizar en su texto percibo que la concepción que Ángel Maya tenía con
respecto a la relación biodiversidad y desarrollo humano. La Biodiversidad, en
su comprensión, es fundamental para el desarrollo humano, ya que proporciona
recursos esenciales como alimentos, medicinas y materiales industriales. La
destrucción de especies desconocidas o poco estudiadas limita futuras
oportunidades científicas y tecnológicas. Las zonas tropicales, aunque ricas en
biodiversidad, son especialmente vulnerables debido a la fragilidad de sus
suelos y la dificultad de regeneración. La expansión de actividades como la
ganadería y la agricultura en estas áreas amenaza con destruir ecosistemas
irremplazables.
Ángel
Maya también destacó cómo la caza, la pesca y la tala con fines
comerciales están llevando al borde de la extinción a numerosas especies. La
demanda internacional de productos como madera, marfil y pieles ejerce una
presión insostenible sobre los recursos naturales. Existe una responsabilidad
política y social, en donde las comunidades locales no son las principales
responsables de la destrucción, sino las fuerzas económicas globales que
impulsan la explotación desmedida. Me queda claro que la
conservación requiere cambios estructurales en las sociedades y políticas
internacionales que prioricen la sostenibilidad.
Aunque
existen iniciativas internacionales para proteger la biodiversidad, como
convenciones y reservas, estas son insuficientes frente a la magnitud del
problema. La solución no solo depende de la ciencia, sino también de decisiones
políticas y económicas que integren la conservación como un valor fundamental.
El autor enfatizó la urgencia de proteger la biodiversidad como base para la
supervivencia humana y el desarrollo sostenible, criticando el modelo actual de
explotación descontrolada y proponiendo una mayor conciencia y acción política
para revertir esta tendencia.
Desde
la publicación del texto de Augusto Ángel Maya, varios aspectos de su análisis
sobre la biodiversidad y el impacto humano se mantienen vigentes, mientras que
otros han evolucionado debido a los avances científicos, la mayor conciencia
ambiental y el agravamiento de la crisis ecológica. La idea central de Maya
sobre la interdependencia de la vida y la importancia crítica de la
biodiversidad sigue siendo irrefutable. Hoy, como entonces, los ecosistemas
funcionan como redes complejas donde la desaparición de una especie puede
desencadenar efectos en cascada. La deforestación, especialmente en zonas
tropicales como la Amazonía, sigue siendo una amenaza grave, al igual que la
sobreexplotación de recursos marinos y terrestres. Además, la tensión entre el
desarrollo económico y la conservación persiste, con modelos extractivistas que
priorizan ganancias a corto plazo sobre la sostenibilidad. La crítica de Ángel
Maya hacia la responsabilidad de las fuerzas económicas globales, más que de
las comunidades locales, también sigue siendo relevante, ya que corporaciones
multinacionales y mercados internacionales continúan impulsando la degradación
ambiental.
La
ciencia ha profundizado en el conocimiento de los umbrales planetarios, como el
cambio climático y la acidificación de los océanos, fenómenos que en tiempos de
Maya eran menos comprendidos. Hoy sabemos que la pérdida de biodiversidad no
solo afecta ecosistemas aislados, sino que está vinculada a crisis globales,
como pandemias (por la destrucción de hábitats que acercan patógenos a humanos)
y el colapso de polinizadores esenciales para la agricultura. Además, la
tecnología ha permitido avances en conservación, como el monitoreo satelital de
deforestación o la genómica para rescatar especies en peligro.
Otro
cambio significativo es la emergencia de movimientos sociales en diferentes
latitudes del planeta y la consolidación de acuerdos internacionales más
sólidos, tales como el Convenio sobre la
Diversidad Biológica de Naciones Unidas (CDB) (https://www.un.org/es/observances/biodiversity-day/convention)
y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, junto
con las contribuciones científicas del Stockholm
Resilience Centre (https://www.stockholmresilience.org/),
que evidencian una creciente conciencia global, y de centros académicos
investigativos nacionales y regionales existentes en todo el mundo. Sin
embargo, a pesar de estos avances, la acción concreta sigue siendo
insuficiente. La tasa de degradación ambiental ha excedido las proyecciones
realizadas en las décadas de 1980 y 1990, y aunque actualmente se dispone de
más herramientas legales y científicas, la implementación efectiva de políticas
se ve obstaculizada por intereses económicos y desigualdades estructurales.
Las
advertencias de Maya sobre la fragilidad de la vida y la irresponsabilidad
humana siguen siendo válidas, el mundo actual enfrenta una crisis más acelerada
e interconectada. La paradoja es que, a pesar de tener más conocimiento y
mecanismos para actuar, la falta de voluntad política y la inercia de un
sistema económico depredador mantienen al planeta en un camino insostenible. Su
llamado a un cambio estructural sigue siendo urgente, pero ahora con menos
margen de error y mayor necesidad de soluciones radicales.
El
análisis de Augusto Ángel Maya sobre la relación entre la humanidad y los
ecosistemas puede interpretarse a través del concepto de entropía
territorial, entendida como el proceso de desorganización progresiva de los
sistemas naturales debido a la intervención antrópica. Este enfoque nos permite
entender cómo actividades como la deforestación, la agricultura
industrial y la urbanización desarticulan las redes tróficas, simplifican la
estructura ecológica y reducen la capacidad de los territorios para mantener
sus funciones vitales, lo que hoy se conoce como entropía territorial, noción que, aunque no fue utilizada
directamente por Ángel Maya, su análisis apuntó en este sentido. Este fenómeno
refleja un principio fundamental: todo sistema alejado de su equilibrio
dinámico tiende hacia estados de mayor desorden, con consecuencias que pueden
volverse irreversibles.
Un
aspecto crítico de esta entropía territorial es su carácter acumulativo y
no lineal. Maya enfatiza que la destrucción de ecosistemas complejos —como los
bosques tropicales— no solo elimina especies individuales, sino que degrada
todo el entramado de relaciones que sostienen la biodiversidad. Al sustituir
estos sistemas por modelos productivos homogéneos (monocultivos, pastizales),
se reduce drásticamente su resiliencia, aumentando su vulnerabilidad ante
perturbaciones externas, como el cambio climático o las invasiones biológicas.
Este proceso es particularmente grave en regiones de alta diversidad, donde la
recuperación natural puede tardar siglos o incluso resultar imposible, como lo demuestran
los casos citados por el autor, donde ecosistemas devastados no logran
regenerarse pese al paso de centurias.
Además
de la dimensión ecológica, Maya vincula la entropía territorial con dinámicas
socioeconómicas insostenibles. El extractivismo, impulsado por mercados
globales y estructuras de poder desiguales, transforma los territorios en
espacios de sacrificio, donde la explotación desmedida genera caos ambiental y
social. Esta visión amplía el concepto de entropía más allá de lo biológico: incluye
la pérdida de saberes tradicionales, la fragmentación de comunidades y la
mercantilización de la naturaleza, procesos que aceleran la degradación
sistémica. En este contexto, el autor cuestiona la ilusión de que la tecnología
pueda compensar indefinidamente dicha entropía, destacando que muchas
intervenciones humanas —como el uso de agroquímicos o la ingeniería genética— a
menudo introducen nuevas formas de desequilibrio.
No
obstante, el texto no se limita a una crítica fatalista. Maya sugiere que la entropía
territorial podría mitigarse mediante estrategias basadas en el conocimiento
ecológico integral y la reorganización societal. La creación de reservas
naturales, el respeto a los ciclos biogeoquímicos y la adopción de modelos
económicos alternativos aparecen como caminos para restaurar cierto orden
funcional. Sin embargo, el autor es consciente de que estas soluciones
requieren un cambio paradigmático: abandonar la visión del territorio como
recurso explotable y reconocerlo como un sistema vivo cuyas leyes internas no
pueden violarse impunemente.
La
obra de Maya nos ofrece un marco conceptual profundo para entender la entropía
como metáfora central de la crisis ambiental contemporánea. Su enfoque revela
que la degradación de los territorios no es un fenómeno aleatorio, sino
consecuencia directa de un modelo civilizatorio que privilegia el cortoplacismo
sobre la complejidad de la vida. Frente a esto, su pensamiento invita a
reconstruir las relaciones sociedad-naturaleza bajo principios de precaución,
justicia y regeneración, únicas vías para reducir la entropía que hoy amenaza
tanto a los ecosistemas como al futuro de la humanidad.
El
planteamiento de Augusto Ángel Maya sigue siendo para todos nosotros como
humanidad, crucial, porque aborda, con una lucidez visionaria, problemas que no
solo persisten, sino que se han agravado con el tiempo. Su análisis trasciende
lo ecológico para convertirse en una crítica profunda a los modelos de
desarrollo y a la relación del ser humano con la naturaleza, temas que hoy son
centrales en debates globales sobre supervivencia y justicia ambiental. Maya
subraya la interdependencia de la vida, un principio ecológico que la ciencia
moderna ha confirmado con creces. Hoy sabemos que la pérdida de biodiversidad
debilita sistemas esenciales para la humanidad, como la polinización, la
regulación climática y la purificación del agua. Su advertencia sobre la
fragilidad de los ecosistemas ante la intervención humana se ha visto reflejada
en crisis recientes, como el aumento de zoonosis (ej. COVID-19) vinculadas a la
destrucción de hábitats, o el colapso de pesquerías por sobreexplotación. La
humanidad empieza a entender, con dolor, que su destino está entrelazado con el
de todas las especies.
Su crítica
al antropocentrismo y a la arrogancia tecnológica resuena en un mundo donde la
inteligencia artificial y la geoingeniería prometen soluciones mágicas a
problemas creados por el mismo modelo depredador. Maya advirtió que el ser
humano actúa como si estuviera por encima de los ecosistemas, ignorando que
depende de ellos. Esta idea es hoy el núcleo de enfoques como One Health o los derechos de la
naturaleza, reconocidos en constituciones como la de Ecuador. Sin embargo, pese
a estos avances conceptuales, la explotación desmedida continúa, demostrando
que su llamado a un cambio de paradigma sigue pendiente.
Su
denuncia sobre la desigualdad en la destrucción ambiental anticipó conflictos
actuales. Maya señaló que las comunidades locales y los países pobres cargan
con las consecuencias de un sistema económico global que privilegia el lucro
sobre la vida. Hoy, esto se evidencia en el desplazamiento de indígenas por
megaproyectos, o en cómo el Sur Global sufre los peores efectos del cambio climático
pese a ser el menos responsable. Su enfoque socioecológico sigue siendo vital
para entender que la crisis ambiental es, en el fondo, una crisis de justicia.
Finalmente,
su obra es relevante porque combina urgencia con esperanza. Maya no solo diagnostica
el problema, sino que insiste en que otro futuro es posible si se prioriza la
cooperación, el conocimiento científico aplicado con humildad y la
reorganización de las sociedades alrededor de la vida, no del consumo. En una
era de pesimismo climático, su mensaje recuerda que la humanidad aún tiene la
capacidad —y la responsabilidad— de redefinir su relación con el planeta. En
esencia, el planteamiento de Maya es importante porque es a la vez un espejo y
un faro: refleja las contradicciones que nos han llevado al borde del colapso,
pero también ilumina caminos alternativos. Su obra desafía a la humanidad a
elegir entre seguir siendo una fuerza de destrucción o convertirse, por fin, en
un custodio consciente de la red de vida que lo sostiene todo.
Referencia
del texto:
Angel Maya, A. (1991). La amenaza contra el tejido de la vida. Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía, 3(1), 9-19.