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miércoles, 7 de mayo de 2025

A 35 AÑOS DEL TEXTO "LA AMENAZA CONTRA EL TEJIDO DE LA VIDA" DE AUGUSTO ÁNGEL MAYA

    A 35 años del texto “La amenaza contra el tejido de la vida” de Augusto Ángel Maya

                                                                        Por: 
                                                       Hernando Uribe Castro, PhD.

 

A 35 años de la publicación del artículo La amenaza contra el tejido de la vida de Augusto Ángel Maya, su obra sigue siendo relevante al explorar la interacción entre la actividad humana y la biodiversidad, destacando los impactos negativos de esta relación. Augusto Ángel Maya expresó que la vida se configura como un sistema interconectado en el cual la flora y la fauna son componentes esenciales, interrelacionados a través de nichos ecológicos. La biodiversidad es crucial para el equilibrio de los ecosistemas, ya que cada especie desempeña una función específica en los flujos energéticos y los ciclos biológicos.

Esta visión me hace reflexionar sobre cómo, desde la revolución industrial, la actividad humana ha alterado y destruido las relaciones ecológicas, a menudo sin una comprensión plena de sus consecuencias. Recuerdo su ejemplo del DDT en Vietnam, que ilustra cómo las intervenciones humanas pueden desestabilizar las cadenas alimentarias y generar efectos imprevistos. Este ambientalista expuso que se estima que se pierden miles de especies al año, a un ritmo significativamente más rápido que en épocas prehumanas. La deforestación, la agricultura intensiva y la urbanización son las causas principales de esta pérdida, especialmente en los ecosistemas tropicales, que albergan la mayor diversidad biológica.
 
Al profundizar en su texto percibo que la concepción que Ángel Maya tenía con respecto a la relación biodiversidad y desarrollo humano. La Biodiversidad, en su comprensión, es fundamental para el desarrollo humano, ya que proporciona recursos esenciales como alimentos, medicinas y materiales industriales. La destrucción de especies desconocidas o poco estudiadas limita futuras oportunidades científicas y tecnológicas. Las zonas tropicales, aunque ricas en biodiversidad, son especialmente vulnerables debido a la fragilidad de sus suelos y la dificultad de regeneración. La expansión de actividades como la ganadería y la agricultura en estas áreas amenaza con destruir ecosistemas irremplazables.
 
Ángel Maya también destacó cómo la caza, la pesca y la tala con fines comerciales están llevando al borde de la extinción a numerosas especies. La demanda internacional de productos como madera, marfil y pieles ejerce una presión insostenible sobre los recursos naturales. Existe una responsabilidad política y social, en donde las comunidades locales no son las principales responsables de la destrucción, sino las fuerzas económicas globales que impulsan la explotación desmedida. Me queda claro que la conservación requiere cambios estructurales en las sociedades y políticas internacionales que prioricen la sostenibilidad.
 
Aunque existen iniciativas internacionales para proteger la biodiversidad, como convenciones y reservas, estas son insuficientes frente a la magnitud del problema. La solución no solo depende de la ciencia, sino también de decisiones políticas y económicas que integren la conservación como un valor fundamental. El autor enfatizó la urgencia de proteger la biodiversidad como base para la supervivencia humana y el desarrollo sostenible, criticando el modelo actual de explotación descontrolada y proponiendo una mayor conciencia y acción política para revertir esta tendencia.
 
Desde la publicación del texto de Augusto Ángel Maya, varios aspectos de su análisis sobre la biodiversidad y el impacto humano se mantienen vigentes, mientras que otros han evolucionado debido a los avances científicos, la mayor conciencia ambiental y el agravamiento de la crisis ecológica. La idea central de Maya sobre la interdependencia de la vida y la importancia crítica de la biodiversidad sigue siendo irrefutable. Hoy, como entonces, los ecosistemas funcionan como redes complejas donde la desaparición de una especie puede desencadenar efectos en cascada. La deforestación, especialmente en zonas tropicales como la Amazonía, sigue siendo una amenaza grave, al igual que la sobreexplotación de recursos marinos y terrestres. Además, la tensión entre el desarrollo económico y la conservación persiste, con modelos extractivistas que priorizan ganancias a corto plazo sobre la sostenibilidad. La crítica de Ángel Maya hacia la responsabilidad de las fuerzas económicas globales, más que de las comunidades locales, también sigue siendo relevante, ya que corporaciones multinacionales y mercados internacionales continúan impulsando la degradación ambiental.
 
La ciencia ha profundizado en el conocimiento de los umbrales planetarios, como el cambio climático y la acidificación de los océanos, fenómenos que en tiempos de Maya eran menos comprendidos. Hoy sabemos que la pérdida de biodiversidad no solo afecta ecosistemas aislados, sino que está vinculada a crisis globales, como pandemias (por la destrucción de hábitats que acercan patógenos a humanos) y el colapso de polinizadores esenciales para la agricultura. Además, la tecnología ha permitido avances en conservación, como el monitoreo satelital de deforestación o la genómica para rescatar especies en peligro.
 
Otro cambio significativo es la emergencia de movimientos sociales en diferentes latitudes del planeta y la consolidación de acuerdos internacionales más sólidos, tales como el Convenio sobre la Diversidad Biológica de Naciones Unidas (CDB) (https://www.un.org/es/observances/biodiversity-day/convention) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, junto con las contribuciones científicas del Stockholm Resilience Centre (https://www.stockholmresilience.org/), que evidencian una creciente conciencia global, y de centros académicos investigativos nacionales y regionales existentes en todo el mundo. Sin embargo, a pesar de estos avances, la acción concreta sigue siendo insuficiente. La tasa de degradación ambiental ha excedido las proyecciones realizadas en las décadas de 1980 y 1990, y aunque actualmente se dispone de más herramientas legales y científicas, la implementación efectiva de políticas se ve obstaculizada por intereses económicos y desigualdades estructurales.
 
Las advertencias de Maya sobre la fragilidad de la vida y la irresponsabilidad humana siguen siendo válidas, el mundo actual enfrenta una crisis más acelerada e interconectada. La paradoja es que, a pesar de tener más conocimiento y mecanismos para actuar, la falta de voluntad política y la inercia de un sistema económico depredador mantienen al planeta en un camino insostenible. Su llamado a un cambio estructural sigue siendo urgente, pero ahora con menos margen de error y mayor necesidad de soluciones radicales.
 
El análisis de Augusto Ángel Maya sobre la relación entre la humanidad y los ecosistemas puede interpretarse a través del concepto de entropía territorial, entendida como el proceso de desorganización progresiva de los sistemas naturales debido a la intervención antrópica. Este enfoque nos permite entender cómo actividades como la deforestación, la agricultura industrial y la urbanización desarticulan las redes tróficas, simplifican la estructura ecológica y reducen la capacidad de los territorios para mantener sus funciones vitales, lo que hoy se conoce como entropía territorial, noción que, aunque no fue utilizada directamente por Ángel Maya, su análisis apuntó en este sentido. Este fenómeno refleja un principio fundamental: todo sistema alejado de su equilibrio dinámico tiende hacia estados de mayor desorden, con consecuencias que pueden volverse irreversibles.
 
Un aspecto crítico de esta entropía territorial es su carácter acumulativo y no lineal. Maya enfatiza que la destrucción de ecosistemas complejos —como los bosques tropicales— no solo elimina especies individuales, sino que degrada todo el entramado de relaciones que sostienen la biodiversidad. Al sustituir estos sistemas por modelos productivos homogéneos (monocultivos, pastizales), se reduce drásticamente su resiliencia, aumentando su vulnerabilidad ante perturbaciones externas, como el cambio climático o las invasiones biológicas. Este proceso es particularmente grave en regiones de alta diversidad, donde la recuperación natural puede tardar siglos o incluso resultar imposible, como lo demuestran los casos citados por el autor, donde ecosistemas devastados no logran regenerarse pese al paso de centurias.
 
Además de la dimensión ecológica, Maya vincula la entropía territorial con dinámicas socioeconómicas insostenibles. El extractivismo, impulsado por mercados globales y estructuras de poder desiguales, transforma los territorios en espacios de sacrificio, donde la explotación desmedida genera caos ambiental y social. Esta visión amplía el concepto de entropía más allá de lo biológico: incluye la pérdida de saberes tradicionales, la fragmentación de comunidades y la mercantilización de la naturaleza, procesos que aceleran la degradación sistémica. En este contexto, el autor cuestiona la ilusión de que la tecnología pueda compensar indefinidamente dicha entropía, destacando que muchas intervenciones humanas —como el uso de agroquímicos o la ingeniería genética— a menudo introducen nuevas formas de desequilibrio.
 
No obstante, el texto no se limita a una crítica fatalista. Maya sugiere que la entropía territorial podría mitigarse mediante estrategias basadas en el conocimiento ecológico integral y la reorganización societal. La creación de reservas naturales, el respeto a los ciclos biogeoquímicos y la adopción de modelos económicos alternativos aparecen como caminos para restaurar cierto orden funcional. Sin embargo, el autor es consciente de que estas soluciones requieren un cambio paradigmático: abandonar la visión del territorio como recurso explotable y reconocerlo como un sistema vivo cuyas leyes internas no pueden violarse impunemente.
 
La obra de Maya nos ofrece un marco conceptual profundo para entender la entropía como metáfora central de la crisis ambiental contemporánea. Su enfoque revela que la degradación de los territorios no es un fenómeno aleatorio, sino consecuencia directa de un modelo civilizatorio que privilegia el cortoplacismo sobre la complejidad de la vida. Frente a esto, su pensamiento invita a reconstruir las relaciones sociedad-naturaleza bajo principios de precaución, justicia y regeneración, únicas vías para reducir la entropía que hoy amenaza tanto a los ecosistemas como al futuro de la humanidad.
 
El planteamiento de Augusto Ángel Maya sigue siendo para todos nosotros como humanidad, crucial, porque aborda, con una lucidez visionaria, problemas que no solo persisten, sino que se han agravado con el tiempo. Su análisis trasciende lo ecológico para convertirse en una crítica profunda a los modelos de desarrollo y a la relación del ser humano con la naturaleza, temas que hoy son centrales en debates globales sobre supervivencia y justicia ambiental. Maya subraya la interdependencia de la vida, un principio ecológico que la ciencia moderna ha confirmado con creces. Hoy sabemos que la pérdida de biodiversidad debilita sistemas esenciales para la humanidad, como la polinización, la regulación climática y la purificación del agua. Su advertencia sobre la fragilidad de los ecosistemas ante la intervención humana se ha visto reflejada en crisis recientes, como el aumento de zoonosis (ej. COVID-19) vinculadas a la destrucción de hábitats, o el colapso de pesquerías por sobreexplotación. La humanidad empieza a entender, con dolor, que su destino está entrelazado con el de todas las especies.
 
Su crítica al antropocentrismo y a la arrogancia tecnológica resuena en un mundo donde la inteligencia artificial y la geoingeniería prometen soluciones mágicas a problemas creados por el mismo modelo depredador. Maya advirtió que el ser humano actúa como si estuviera por encima de los ecosistemas, ignorando que depende de ellos. Esta idea es hoy el núcleo de enfoques como One Health o los derechos de la naturaleza, reconocidos en constituciones como la de Ecuador. Sin embargo, pese a estos avances conceptuales, la explotación desmedida continúa, demostrando que su llamado a un cambio de paradigma sigue pendiente.
 
Su denuncia sobre la desigualdad en la destrucción ambiental anticipó conflictos actuales. Maya señaló que las comunidades locales y los países pobres cargan con las consecuencias de un sistema económico global que privilegia el lucro sobre la vida. Hoy, esto se evidencia en el desplazamiento de indígenas por megaproyectos, o en cómo el Sur Global sufre los peores efectos del cambio climático pese a ser el menos responsable. Su enfoque socioecológico sigue siendo vital para entender que la crisis ambiental es, en el fondo, una crisis de justicia.
 
Finalmente, su obra es relevante porque combina urgencia con esperanza. Maya no solo diagnostica el problema, sino que insiste en que otro futuro es posible si se prioriza la cooperación, el conocimiento científico aplicado con humildad y la reorganización de las sociedades alrededor de la vida, no del consumo. En una era de pesimismo climático, su mensaje recuerda que la humanidad aún tiene la capacidad —y la responsabilidad— de redefinir su relación con el planeta. En esencia, el planteamiento de Maya es importante porque es a la vez un espejo y un faro: refleja las contradicciones que nos han llevado al borde del colapso, pero también ilumina caminos alternativos. Su obra desafía a la humanidad a elegir entre seguir siendo una fuerza de destrucción o convertirse, por fin, en un custodio consciente de la red de vida que lo sostiene todo.
 
 

Referencia del texto:

Angel Maya, A. (1991). La amenaza contra el tejido de la vida. Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía, 3(1), 9-19.