Destrucción del Capital Simbólico en Cali, Colombia*
Por
Hernando Uribe Castro
Prof. Universidad Autónoma de Occidente
Magíster en Sociología. Candidato a Doctor en Ciencias Ambientales
Universidad del Valle
En
Cali, a medida que se destruye el capital
simbólico urbano heredado de su largo proceso histórico, los agentes del capital comercial global van imponiendo
su propio modelo de ciudad. Este hecho
se ve reflejado a partir de varias situaciones.
Primero,
cuando se destruye su centro histórico -aquel que poseía expresiones
arquitectónicas y vestigios de su época indígena, colonial y republicana-, para
imponer en el paisaje urbano las construcciones “modernas” que funcionan como
sedes de entidades financieras, bancarias y una que otra institución del
Estado. De su escenario histórico y herencia cultural tan solo quedan relictos
en el “diminuto centro histórico”, monumentos religiosos y en barrios como San
Antonio y San Cayetano. Hoy, el espacio social y de socialibilidad se teje en
la caótica ciudad entre los centros comerciales conectados por la ineficaz red
de transporte público masivo.
Segundo,
cuando al ser atrapada por la lógica de la rentabilidad de la tierra acaparada
por unas elites políticas y económicas locales, terminó desbordada, y sin
ningún tipo de planeamiento, control o visión futura. Las obras de jarillón construidas
sobre el curso del río Cauca, beneficiaron a terratenientes que dinamizaron el
mercado de tierra en el oriente, produciendo una ciudad tan grande, como
grandes sus actuales problemas socioespaciales. Un oriente de Cali, que confinó
a familias que fueron empobrecidas y que las resignó a vivir en esas
condiciones de necesidades insatisfechas. El mercado de tierras se extiende hoy
hacia el sur, por ello el gran afán de expandir e integrar zonas ejidales al
mercado del suelo.
Tercero,
cuando con los discursos modernizadores promovidos mediante los eventos
globales, como por ejemplo, los juegos panamericanos de 1971 y otros más
recientes, se construyen e invierten sumas grandes de dinero para construir o
remodelar infraestructuras apropiadas para estos eventos, los cuales se consideran
como claves para la “modernización” urbana y el “progreso” de la ciudad, pero a
los que casi nunca se les menciona sus efectos que en términos del incremento
de la calidad de vida, el acaparamiento de tierras, las plusvalías esfumadas
por la corrupción y los impactos ambientales que tienen estas obras.
Cuarto,
cuando pone en crisis y en detrimento sus favorables condiciones ambientales por
el negocio rentable de la Tierra, la expansión urbana y el turismo, como por
ejemplo: la urbanización en el río Pance y en las zonas de laderas, la propuesta
de desecación de humedales (La Babilla o Panamericano) para construir o ampliar
carreteras, la canalización del río
Cañaveralejo, las urbanizaciones en el sector del Valle del Lili sobre antiguas
zonas de inundación y próximas al antiguo basuro de Navarro con efectos para la
vida de quienes residen en esos lugares.
Quinto,
cuando privatizó el espacio para incorporar zonas residenciales en conjuntos
cerrados de bloques de apartamentos de cinco y veinte pisos. Conjuntos cerrados
al modo de encarcelamientos con rejas, mallas, tapias y sistemas de seguridad
en detrimento de los barrios con antejardines y solares. Urbanizaciones y
conjuntos cerrados rentables cuyos promotores reproducen el discurso de que la
ciudad es peligrosa y el conjunto cerrado seguro, como principal argumento para
incrementar el negocio. Conjuntos cerrados, amontonados, en una ciudad con
temperaturas promedio a los 28 grados centígrados.
Sexto,
cuando no volvió a construir museos, parques, zonas de bosque y plazas
públicas. Monumentos y obras de arte se encuentran desgastados y olvidados.
Solo basta ver los monumentos y obras de arte que están debajo del terrible y
mal hecho puente de la calle 26 con autopista. O por ejemplo, el debate que
hubo sobre el monumento a Jovita Feijoo en la estación Santa Librada.
Una
ciudad que para realizar eventos como la Feria de Cali que era la fiesta del
pueblo desde los años cincuenta, donde todos participaban, ahora está
privatizada. Esta es una feria que para poder realizarse, las autoridades tienen
que cerrar y encerrar vías públicas y montar tarimas junto a los canales de
aguas residuales de la principal “autopista” para las caravanas y desfiles. Y
todo ello para cobrar, pues la feria ahora es para los privados y no para la
comunidad. El cerramiento y encerramiento producen más congestión que se suma a
la congestión continua de todos los días a todas horas del año.
Una
ciudad donde las autoridades y los inversionistas privados, aniquilaron el
transporte público de buses para construir un sistema de transporte masivo,
modelo que también se replicó en otros lugares del país y de américa latina,
con el argumento de que este tipo de transporte resolvería el problema de
movilidad. Hoy los ciudadanos no solo deben dedicar más tiempo para movilizarse
de un lugar a otro, haciendo transbordos, sino también de caminar largos y
enredados trayectos para acceder a alguna de las estaciones. Muchos ciudadanos
para evitarse estos problemas, optaron por el transporte pirata: taxis, autos
particulares y los famosos “motoratones” (que es el transporte pirata en
motocicletas). Cali era de las pocas ciudades en Colombia, donde el transporte
pirata no tenía fuerza, pero hoy esta
ciudad se ve el aumento de este tipo de servicio.
Pareciera
que todos estos esfuerzos de destrucción del capital simbólico urbano caleño se
hicieran con la firme intención de fortalecer el capital financiero y
comercial. Es decir, hacer difícil, caótica, peligrosa, insegura y detestable
la ciudad, para que los ciudadanos se refugien en sus casas y los centros
comerciales, templos del capital financiero y del consumo. El miedo es muy rentable
en la sociedad de consumo.
En
general, Cali es un claro ejemplo de extractivismo urbano que implica hacer de
la expansión y del crecimiento de la ciudad fuente de plusvalía urbana, apropiadas
por las elites de poder e inversionistas, que no solo se adueñan de esta
plusvalía sino que además mercantilizan con el capital físico y simbólico
urbano, aquel capital del que ha participado los habitantes urbanos sin recibir
ninguna retribución. Una inequidad e irracionalidad del modo como se da la
participación de plusvalía urbana donde toda la ventaja es para los privados en
detrimento de la participación del Estado. Se destruye su capital simbólico
heredado para imponer el capital del mercado global urbano.
*Publicado por El Pueblo, 9 de abril de 2016.