Un futuro ambientalmente insustentable para el Municipio de Cali*
Por:
Magíster en sociología y Candidato a Doctor en Ciencias
Ambientales, Universidad del Valle
Miembro del CIER, Profesor Facultad de Humanidades
Los conflictos ambientales que se presentan en el Municipio de Cali,
especialmente en temas como el agua, son producto de las decisiones políticas tomadas
en el pasado. Y por lo visto, las que se toman en el presente, permiten
avizorar un panorama aún más desalentador en el futuro. Esto quiere decir que a
las problemáticas no resueltas de tiempo atrás, se le sumarán las que se están
construyendo hoy en día por el egoísmo, la ceguera y los intereses privados que
pesan sobre el bienestar ambiental colectivo.
Cali creció de la mano y bajo las decisiones que plasmaron los
intereses de terratenientes, politiqueros, empresarios y una ausencia de los
agentes del Estado, encargados del control y la planeación-ordenamiento del
territorio. Esto produjo lo que el geógrafo Rodolfo Espinosa denominó “un
crecer dándole la espalda a los siete ríos del Municipio”.
Desde una perspectiva de la ecología profunda, no se tuvo
respeto alguno por estos cursos de agua que albergaban un equilibrio eco
sistémico con su entorno circundante y una diversidad de especies que contenían
en sí mismos, un entramado de vida que se había construido durante pasados tiempos
geológicos, para llegar a ser lo que eran: espacios de múltiples expresiones de
vida y abundantes nichos de flora y fauna.
Desde una perspectiva humana, esos ríos garantizaban
una vida sustentable porque aclimataban los entornos a condiciones de vida
favorables; proveían de alimento a todas las especies al irrigar las tierras
mediante la inversión térmica y la escorrentía; producían una diversidad de
bellezas paisajísticas; ayudaban a circular el aire limpio, puro y fresco que
se deslizaba al ritmo de la danza del agua desde las altas montañas, hacia la
zona plana y para todas las especies, incluyendo la humana.
Una acción inteligente y éticamente respetuosa con la naturaleza,
hubiese sido hacer de estos siete ríos ejes centrales y articuladores del
proceso de construcción territorial para garantizar a los corregimientos y al
casco urbano, excelentes condiciones ambientales y hacer de Cali una urbe
exitosa y resiliente frente a los fuertes estragos del cambio y la variabilidad
climática global.
Pero la realidad fue otra, puesto que las acciones humanas
hicieron de los ríos, canales fétidos de aguas servidas; se canalizaron y se colonizaron;
se les deforestó y se les arrasó la tierra; se privatizaron, se enmugraron y,
finalmente, se urbanizaron. Sobre sus lechos posa un desastre ambiental
plasmado no solo en la existencia de urbanizaciones sobre sus antiguos cauces,
sino también sobre sus humedales desecados y rellenados. Y sobre ellos se
construyeron barrios como estrategia para sacarle renta a una tierra altamente
vulnerable a los efectos sísmicos. Fueron, y son, más los polítiqueros y los
terratenientes enceguecidos por el afán de lucro privado los que construyeron
(y aún diseñan) este territorio y no tanto los planeadores, los arquitectos,
los geógrafos y todos aquellos profesionales, de las mano de las comunidades
ancestrales, conocedores de la importancia de la ordenación sustentable del
territorio.
Estos importantes ejes hídricos, que son ejes de vida, fueron
borrados del paisaje urbano para imponer sobre ellos el cemento, símbolo del
“desarrollo” y la creatividad humana, que aportó exponencialmente al
calentamiento urbano y global. Y con el cemento se redujo significativamente la
arborización para construir carreteras, puentes, autopistas, edificios de
apartamentos; también para reproducir el negocio, para hacer fluir las
inversiones y los capitales, para construir centros comerciales que son ahora
los espacios festivos para la promoción del consumismo y la vida banal. Hoy
vivimos una intoxicación colectiva, producto de nuestras propias acciones.
El resultado es un territorio municipal enfermo, con espacios
desarticulados, segregados y fragmentados por la acción de agentes,
politiqueros y empresarios irresponsables que sacaron, y aún continúan sacando,
el mejor provecho del territorio y su naturaleza, exprimiéndolo para su propio
beneficio. Quieren extender más y más la ciudad hacia las zonas de ladera, hacia
el sur y sur oriente de la ciudad, destruyendo zonas de humedal, bosques y
fuentes de agua como ocurre justamente con el río Pance y con el sector de los
Farallones de Cali hacia el sector de Jamundí.
Lo preocupante es que no se avizoran para la ciudad ni Planes de
Desarrollo, ni Planes de Ordenamiento de las Cuencas Hídricas (PONCH), ni mucho
menos un Plan de Ordenamiento Territorial que proponga, nuevos enfoques y se dé
en la tarea de, por una parte, detener este enérgico ataque contra la
naturaleza y, por otra, recuperar con contundencia y decisión estas siete
cuencas hidrográficas.
Infortunadamente, todo lo que se continúa planteando y haciendo
con respecto a estos ecosistemas desde las agencias del Estado, son acciones
superficiales, como paños de agua tibia, bajo un discurso ecologista y
ambientalista fútil e inocuo que oculta los verdaderos intereses de quienes
tienen la capacidad de ejercer el poder sobre estos entes de control y de
decisión.
Como habitantes de estos espacios, no solo tenemos una obligación
ética sino también política, para transformar esta triste y preocupante
realidad. El cambio nunca vendrá desde arriba. Por tanto, estamos obligados a
ser conocedores de la situación para ser creativos en la búsqueda de propuestas
que se encaminen a transformar esta realidad.
Las comunidades estamos en la obligación de actuar, exigir y
denunciar, cuestiones éstas que no dan espera para aminorar los efectos de lo
que se nos viene como humanidad. Los cambios comienzan desde abajo, es decir, desde
personas como Usted o yo.
* Publicado por el periódico El Pueblo, 21 de mayo de 2016.