Las intervenciones políticas de las ciencias ambientales[1]
Por
Hernando Uribe Castro
Doctor en Ciencias Ambientales
Director Doctorado en Regiones Sostenibles
El
campo ambiental puede definirse como un espacio social de luchas y
confrontaciones entre distintos tipos de agentes de Estado, corporativos y
sociales que desde sus lugares, posiciones y jerarquías perciben, comprenden y
actúan según sus visiones e intereses frente a los bienes existentes en la
naturaleza.
Estos
diversos intereses no solo se ubican en una dimensión económica sino también en
una dimensión ética y política. Por tanto, las ciencias ambientales como uno de
los componentes destacados del campo ambiental, es un espacio de formación
académica e investigativa que está inserto tanto en el mundo científico como en
el mundo de la sociedad ‒y sobre todo cuando su objeto de estudio y de
investigación orbitan en la comprensión y entendimiento de las relaciones de
inter-retro-conexión entre los grupos humanos y los ecosistemas‒ no puede
quedar al margen de los verdaderos debates y discusiones que se producen en la
sociedad con respecto a la dimensión ambiental de la existencia.
Unas
ciencias ambientales distantes de la realidad social ‒desinteresadas, desconectadas
y con expresiones de desidia ante un mundo que está siendo destruido
ecosistémicamente por otros agentes interesados en sacar renta, provecho
económico de los bienes existentes en la naturaleza‒, serán unas ciencias
ambientales orientadas al fracaso.
Las
ciencias ambientales no pueden ser de escritorio y de oficina. Por tanto, como
estudiantes, profesores, egresados, y, en general, como una comunidad académica
altamente “ambientalizada”, pensante y reflexiva, tenemos la obligación de
integrarnos y con nuestras palabras ofrecer una visión crítica y propositiva
que confronten aquellos poderes, decisiones, burocracias y tecnocracias que
atentan con sus políticas contra la vida de los ecosistemas y la de todos sus
bienes. Esa es la lucha que se produce en el campo ambiental.
Nuestra
posición y nuestras posturas como autoridad científica que posee el criterio
para plantear y dar verdaderos debates con respecto a la defensa, el cuidado y
la protección son importantes y necesarios. Tenemos la eficacia de la
argumentación y de la prueba científica pero también de la eficiencia del poder
simbólico para influir decisivamente e incentivar un respeto y promover la
dignidad por la trama de la vida. Las ciencias ambientales aportan en este
sentido a la construcción de un “habitus ambiental”. Se requiere de unas
ciencias ambientales que dialoguen con el mundo, con los agentes comunitarios y
organizativos, con los movimientos políticos y sociales.
Quedarse
callados y dormitar en los silencios profundos ‒siendo agentes que piensan y
reflexionan sobre los efectos producen en la naturaleza los eventos como la
gran minería, el monocultivo, la injusticia ambiental, la destrucción del
bosque, del agua, del aire, de la biodiversidad, la nefasta actuación de la
burocracia extractiva y destructora‒, es un acto de alta y significativa
desidia e irresponsabilidad.
Especialmente
cuando nuestras palabras, autorizadas por la ciencia y nutriéndose de esta
fuente, y en nuestros actos investigativos (que son actos científicos y
políticos), contamos con los dispositivos, los recursos argumentativos y
demostrativos, para combatir el reduccionismo y la desproporción del interés
económico que en función de la extracción a gran velocidad quiere extraer
riqueza y acumular capital, y por ese camino, exterminar la vida en el planeta.
Incluso,
quedarse callado para denunciar lo que está sucediendo en términos de la
ciencia ambiental, aun conociendo y reconociendo los efectos nocivos y
perversos de las políticas, de las acciones de Estado y de las consecuencias de
las actividades empresariales y corporativas que afectan directa e
indirectamente los ecosistemas, nos convierte en cómplices de esta destrucción.
Se
debe tener la fuerza de la palabra y de la prueba científica para movilizar los
movimientos sociales, en los escenarios de debate y en los espacios en donde se
toman las decisiones a favor o en contra de la defensa de los bienes de la
naturaleza para producir un efecto en aquellos que tienen la opción de
transformar y cambiar el rumbo de esas políticas y decisiones destructivas,
esta es parte de nuestra tarea, es nuestra lucha y más aún, es una obligación. Se crea entonces, la imperiosa necesidad de
pensar y de actuar.
No
es posible congelarse en la urna de cristal ni refugiarse en las fronteras
rígidas de la “ciudad sabia” viendo desde la distancia cómo se destruye el
mundo, la casa común, toda la existencia. Entre nuestras ideas, reflexiones,
propuestas, investigaciones, posiblemente pueden encontrarse las posibles
respuestas, e incluso, las posibles soluciones por una sociedad distinta y un buen
vivir planetario.
[1] Esta reflexión hace parte
del libro de Uribe Castro, Hernando (2018). “Sobre el campo ambiental”. En: Cuadernos del Doctorado No. 1, Universidad
Autónoma de Occidente, pp. 133-135.