HACIA UNA NUEVA
CULTURA POLÍTICA
Elizabeth Gómez
Etayo, Carmen Jimena Holguín, Hernando Uribe Castro, Guido Germán Hurtado Vera
y Germán Ayala Osorio[1]
Desde distintas corrientes místicas hasta la física cuántica, se
coincide en afirmar que cuando pensamos algo, al otro lado del mundo alguien
puede estar pensando en lo mismo. A veces se tiene la grata sensación de que
tal premisa pueda ser cierta.
Frente a la actual crisis política que se vive en Colombia, desde
hace varios meses algunos docentes universitarios venimos pensando en que es
necesario, y por las actuales circunstancias contextuales, urgente, el
surgimiento de nuevos liderazgos verdaderamente democráticos para que Colombia
encuentre un nuevo rumbo, lejos del autoritarismo, la polarización ideológica y
política y, más aún, lejos de la propuesta de un desarrollo extractivo,
ambientalmente insostenible, que se viene aplicando en Colombia desde el 2002 y
que ha afianzado algunos medios de comunicación al servicio de las élites
políticas y económicas que imperan en nuestro país.
Ese nuevo liderazgo puede surgir tanto del movimiento social e indígena,
como del mundo académico y de grupos de intelectuales, con el claro propósito
de sumar fuerzas y esfuerzos para articularse a la vida social y política de un
país como Colombia.
Un país que, sin duda, tiene líderes políticos, pero ello no
necesariamente se traduce en propuestas democráticas, sostenibles y
responsables social y ambientalmente. De allí que la sociedad colombiana espere
el diseño de propuestas políticas y opciones de poder que respondan al mandato constitucional donde
se consagra que somos un Estado social de derecho. ¡Exijámoslo!
Intelectuales y académicos que no pueden quedarse silentes,
temerosos y aislados frente al rumbo de un país que da tumbos, porque está
soportado en liderazgos políticos y económicos que no buscan cambiar las
complejas circunstancias del contexto colombiano, en especial las que
originaron el levantamiento armado en los años 60, sino, perpetuarlas y
extenderlas con claros beneficios para unas reducidas élites, que por cierto,
cada vez más demuestran su incompetencia para la construcción de un proyecto de
nación incluyente.
Desde hace varias semanas los indígenas Nasa del norte del Cauca
vienen haciendo pública una apuesta política que ha sido juzgada por varios
como de ingenua: no aceptar actores armados en sus territorios.
Estamos tan acostumbrados al poder de las armas y a la existencia
de diversos ejércitos, que plantear una vía desarmada, pacífica, no parece
tener asidero. Si fuéramos más generosos y ahondáramos en nuestra comprensión,
podríamos pensar que la vía desarmada nos podría conducir a una nueva cultura
política, donde recuperemos el valor de la palabra y la condición de civiles capaces
de rescatar y de reconstruir espacios democráticos.
Acciones pacíficas, responsables, prudentes, respetuosas y
comprometidas que permitan, a quienes creemos en una salida negociada al
conflicto armado interno, modificar sustancialmente las circunstancias de
pobreza, desempleo, concentración de la riqueza y de la tierra, que hacen ver a
este orden social y político como ilegítimo y en específicos momentos, como
inviable.
El pueblo colombiano, azuzado por los medios masivos de
comunicación que tenemos, lamentó mucho más el desplazamiento de un soldado de
su puesto de combate, que el asesinato de un joven indígena, reconocido como un
vano error militar. Seguramente los líderes indígenas del Norte del Cauca
tendrán que desvirtuar las versiones del Gobierno de Santos y recogidas
ampliamente por los medios masivos, que señalan que el movimiento indígena está
permeado y cooptado por las Farc.
De igual forma, mantenerse firmes y claros en la negociación que avanza
con tropiezos con el Gobierno nacional, bajo la veeduría de representantes
internacionales, para que sus propuestas no sean burladas. Pero sin duda, son
los indígenas, tanto del Cauca, como los de la Sierra Nevada de Santa Marta y de
la gran selva amazónica, entre otros rincones, quienes están dando pautas para un nuevo trasegar en
Colombia. Un llamado al diálogo, al desarme y al encuentro con los otros y con
la naturaleza. Es posible silenciar las armas. Un embrión de un nuevo país que
nace en las entrañas de una minoría golpeada física y culturalmente.
Por otro lado, la semana pasada
asistimos con sorpresa a la llamada “misteriosa cumbre de intelectuales” en
Medellín, que está en vía de constituirse en un nuevo movimiento ciudadano
llamado “Pedimos la palabra”. Importantes intelectuales, políticos democráticos
y exfuncionarios públicos, se dieron cita para intentar nuevos y necesarios
procesos políticos en Colombia, que nos lleven, insistimos, hacia una nueva
cultura política. Por supuesto que muchos hacen falta en esta congregación. El
próximo encuentro será en Cali, lo que hace pensar en la posibilidad de que se
vaya fortaleciendo a lo largo y ancho del país. Creamos en esta nueva
posibilidad.
Tanto indígenas, como mujeres, jóvenes, afrodescendientes, ambientalistas,
comunidades diversas, académicos críticos y todos los que tengamos un espíritu
y una conciencia democrática, podemos darnos cita y encontrarnos por distintos
coordenadas de la geografía nacional, para construir una nueva Colombia, lejos
de los gritos, las balas y la desenfrenada avaricia económica que viene
ignorando el medio ambiente. Lejos de la abierta polarización entre dos líderes
políticos cuyo liderazgo poco le aporta a la paz, a la reconciliación, al
fortalecimiento y a la ampliación de la democracia.
Es un reto construir una nueva cultura política, que quiebre las
nefastas experiencias del pasado. Es un desafío construir una nueva cultura
política dejando de nombrar a aquellos que desde hace 10 años nos tienen
engolosinados hablando de ellos, sea para elogiarlos o para criticarlos. Que la
justicia, en todo el conjunto de instituciones que la representa y que todavía
no han sido contaminadas por el gusanillo de la corrupción, como las altas
cortes, se encarguen de juzgar a quienes han atrasado el verdadero desarrollo
del pueblo colombiano.
Mientras tanto los otros, nosotros, nosotras, los que creemos en
la democracia, en la justicia, en la paz sin armas, en la reparación y en una nueva
cultura política, estemos atentos a los llamados de nuestros hermanos mayores y a nuestros colegas
académicos que han iniciado el camino hacia una nueva cultura política.
14 de agosto de 2012.