UN
CIELO LLENO DE ESTRELLAS
Por:
Hernando Uribe Castro
Magíster en Sociología y Candidato a
Doctor en Ciencias Ambientales
Universidad del Valle
Profesor Universidad Autónoma de
Occidente
Alzar nuestra tímida mirada al
infinito firmamento y tener la posibilidad de ver un cielo cargado de estrellas
es algo que, desafortunadamente, ya no podemos hacer quienes vivimos atrapados,
presos y enjaulados de la dinámica y siempre cargada vida urbana. En ella predomina la intensa y enceguecedora luz
que impide que nuestros ojos y todos los sentidos, tengan un contacto
directo con las maravillas del cosmos.
Nos dejamos atrapar por un estilo de
vida de consumo impuesto por el sistema que agarra nuestras miradas y las pone
fijas en las pantallas de los aparatos celulares, los PC y los televisores. Esas
pantallas que absorben la mirada y cada segundo de nuestras cortas vidas. Olvidamos
por completo que nuestra casa común, esa a la que llamamos Tierra, flota sobre
esa sorprendente espesura cósmica, llena de misterios y bellezas.
El estilo de vida consumista y lleno de
las mil y una banalidad, hace que pasemos más tiempo esclavizados del trabajo, el
empleo y las actividades “productivas” cotidianas para hacernos a ellas, y que
no “tengamos el tiempo” necesario para hacer, ni siquiera, una pausa. Una pausa
que nos recupere la propiedad de controlar nuestro tiempo y que nos conduzca a
volver a sorprendernos por los maravillosos y despampanantes espectáculos que
existen en el cielo y en cada uno de los elementos que conforman la Naturaleza.
Ya no se escuchan los grillos, los
chapules y las ranas, pues fueron desplazadas por el cemento y por el sonido
aturdidor de los autos, los teclados y los televisores. Mantenemos nuestra mirada
y nuestra vida siempre pegada al piso y olvidamos que podemos volar hacia los confines
y los más inimaginables horizontes.
Se nos olvidó la grandeza de mundo y
de todos los fenómenos que a simple vista nos ofrece nuestro entorno. El atardecer,
el amanecer, la estructura del árbol, el sonido de las aves, el correr de las
aguas, el volar de las nubes, el caer de las gotas de lluvia, la caída de las
hojas y las mil tonalidades del cielo, del mar y del planeta.
Nuestra sensibilidad por las cosas
simples, por lo encantador que es vivir, por la simetría-asimétrica de la “realidad”
parece estar perdiéndose. La felicidad no está en los centros comerciales,
tampoco está en los objetos. La felicidad está en la posibilidad y la
oportunidad que nos damos de vivir en inter-retro-conexión con nosotros mismos,
con los seres a quienes amamos y con el planeta de que se hace parte; con las verdaderas
grandezas del mundo que, sencillamente, siempre han estado ahí. Estamos
perdiendo el brillo del sol, el encantador esplendor de la
luna, el fascinante titilar de los astros, así como también nos hemos vueltos sordos
ante el silencioso silbido del viento.
Como lo dice la frase Zen “Todo está ligado. Todo se une en universo”.
Nosotros somos parte de eses universo y por tanto, hacemos parte de ese todo,
juntos, integrados, complementados. Por más nubosidad que haya, siempre tendremos un cielo lleno de estrellas.