La miseria de Colombia
Por: Hernando Uribe Castro
Doctor en Ciencias Ambientales
La miseria
estructural de Colombia no está en aquellos grupos comunitarios que enfrentan
las dificultades producidas y reproducidas por un sistema de Estado que los
marginó y los condujo sin remedio a condiciones de altas carencias,
empobrecimientos y segregaciones, y sobre los que recae toda la estigmatización
de la sociedad. Pienso que estos grupos humanos en estas condiciones son
resultado de un proceso estructural que abarcó el modo como una elite
vitalicia -familias que heredaron y se lograron hacer al ejercicio del poder
dentro de la dinámica del proceso de la construcción histórica del Estado y de
todos los beneficios que implicó la concentración y acumulación de recursos de
toda una nación-, se ha mantenido como dinastía entre bastidores de la vida política y económica.
En esta
clase vitalicia y dinástica radica la verdadera miseria de Colombia. Aquella
que logró incrustarse como parte de engranaje del movimiento histórico de la construcción
del Estado y que ha ocupado todos los órdenes de su estructura y de sus
instituciones. Elite que, como agentes privados con intereses en el ejercicio
público, delegó y aun delega entre sus propios miembros (de sangre o de
transmisión por afinidad o compromiso de familia) las riendas del manejo
institucional del Estado en todos los niveles de operación.
Esta elite miseria
de Colombia es la que profundizó la práctica de la corrupción como principal
práctica en el ejercicio político. Y la profundizó, la convalidó y la convirtió
como algo natural o inherente a la condición humana. Naturalizar la práctica de
la corrupción era garantizar su existencia como clase dirigente, dinástica y cicatera,
controlando y tratando de controlar y contener toda la estructura funcional del
Estado.
Lograron
hacer de la corrupción, un “algo” que necesariamente debía estar presente en la
estructura social, estructura mental y cognitiva de los individuos. Como un
hecho consustancial a todas las ramas y poderes oficiales. No es raro entonces
la desatada lucha política por el control de todos estos espacios producidos
por el Estado y para el Estado. Confrontaciones
por acceder a estos espacios de la institucionalidad del Estado en crecimiento.
Al crecer la burocracia y los espacios
que conforman el lugar de las tomas de decisión, mucho de ello, fue quedando
por fuera del circuito de control y de dominación de estos agentes dinásticos. El
campo del Estado evidencia la competencia por el monopolio del poder coercitivo
del Estado y de la burocracia entre esta clase dinástica y los nuevos agentes
políticos que fueron surgiendo por fuera del centro del poder hereditario.
Luchas agrestes
por acceder a esas posiciones estratégicas (ministerios, senado, asambleas, concejos,
gobernaciones, alcaldías, corregidores, etc,) que son partecitas del espacio
institucional total del Estado desde donde pueden absorber a mordiscos, por el
hecho de que se encuentran en la red de la delegación y de las decisiones,
beneficios económicos, simbólicos y políticos. En últimas, las prácticas
corruptas de la miseria del Estado fueron aprendidas, reproducidas y mantenidas
por los nuevos agentes políticos que aprendieron que la única forma para
hacerse a los espacios de control y delegación del Estado era precisamente la
corrupción de todo del aparato burocrático estatal.
Elites que -al cumplir su doble rol de ser políticas y económicas- requerían, para concentrar y ejercer el poder, contener las prácticas de corrupción y así garantizar ese lugar privilegiado del mandato, la delegación y la capitalización de todas las ventajas económicas que ofrecía y ofrece. Por ello, era necesario producir, anexarse, aliarse o construir redes criminales y de la criminalidad. Producir tantos dispositivos de dominación violenta (física y simbólica) así como también sutil (a través del control de los medios de comunicación, la religión y la educación).
Elites que -al cumplir su doble rol de ser políticas y económicas- requerían, para concentrar y ejercer el poder, contener las prácticas de corrupción y así garantizar ese lugar privilegiado del mandato, la delegación y la capitalización de todas las ventajas económicas que ofrecía y ofrece. Por ello, era necesario producir, anexarse, aliarse o construir redes criminales y de la criminalidad. Producir tantos dispositivos de dominación violenta (física y simbólica) así como también sutil (a través del control de los medios de comunicación, la religión y la educación).
Dinastías mezquinas, familias hegemónicas cuyos apellidos se repiten y se repiten porque vienen de los bisabuelos, abuelos y padres que cumplieron su papel de políticos. Burocracias corruptas que hacen del Estado y de toda su institucionalidad, su principal fuente de vida, su mina de oro. Mientras que para la mayoría de la población, lo convierten en un espejismo, en una bruma. Pero es esa población -con su mano de obra y el sudor de su frente-, y la riqueza de todo su territorio, la principal materia prima de las ganancias que produce toda la institucionalidad de ese Estado que desde principio fue y sigue siendo capturado y cooptado por esas dinastías, esas familias hegemónicas con sus redes criminales.
Dinastias y familias hegemónicas, elites del poder económico y político, que se han autodelegado el papel de velar por los valores morales y éticos de toda la sociedad colombiana.
Dinastias y familias hegemónicas, elites del poder económico y político, que se han autodelegado el papel de velar por los valores morales y éticos de toda la sociedad colombiana.