Las laderas de Cali: construcción de un desastre ambiental
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Se trata de la ciudad de Santiago de Cali,
capital del Departamento del Valle del Cauca en Colombia. Una ciudad cuyo
crecimiento urbano se ha dado sobre las más distintas zonas de alta fragilidad
ambiental, como zonas de inundación, antiguos cauces de ríos, rellenos de
lagunas, fallas geológicas, entre otros lugares. Su expansión planificada
actual hacia el sur, precisamente por la valorización que el Estado y las
empresas inmobiliarias le han asignado a estas tierras, va incorporando áreas de
antiguas zonas de amortiguamiento de bosques, cultivos y humedales.
En los últimos años, en esta ciudad, la
discusión sobre el riesgo ambiental ha sido más álgida con respecto al caso del
dique del río Cauca al oriente –un dique de protección que ha sido poblado por
más de 30 años-, y poco se ha tratado el tema del proceso de poblamiento que se
presenta sobre las zonas de laderas en el occidente. Muy seguramente por
razones políticas y económicas más que socioambientales.
Un fenómeno de poblamiento que tiene
origen desde principios del siglo XX con la construcción del Ferrocarril del
Pacífico, cuando algunas comunidades llegaron a la ciudad con el ánimo de mejorar
sus condiciones de vida. Luego, las oleadas migratorias de población
desplazadas por la violencia producto del conflicto armado y por los
megaproyectos que se hicieron en nombre del desarrollo. Zonas que se
convirtieron en única alternativa para acceder a un techo.
Con el paso del tiempo, este crecimiento
urbano ha logrado tomarse increíblemente las colinas, así como ha ido trepándose
sobre las montañas, a tal punto, que hoy en día, logra asomarse en lo más alto de
las faldas de los Farallones de Cali. Los diversos tonos de color verde de las colinas
imperantes en tiempos anteriores, van diluyéndose entre las tonalidades de
grises, cafés y de todo el multicolor producido por la dinámica de la ciudad. Las
montañas que en tiempos anteriores se perdían bajo la oscuridad de la noche, hoy
desde cualquier punto de la ciudad se perciben como universo cargado de
estrellas que como constelaciones palpitan incesantes.
En el día, solo vasta llevar la mirada
sobre el occidente de la ciudad, en donde el sol se pone cada tarde, para darse
cuenta de este crecimiento urbano desmedido, pues la ciudad es como un gigante
pulpo que va extendiendo, poco a poco, sus enormes tentáculos sobre las faldas
de la cordillera Occidental.
Un proceso de urbanización que combina
toda clase de población y de construcción. Hace presencia aquí los asentamientos
legales e ilegales, barrios oficiales y barrios piratas, e incluso, edificios
de apartamentos, conjuntos cerrados, urbanizaciones para familias de estratos
socioeconómicos altos.
La ciudad ha enfrentado en los últimos
años la “Ola de calor y sequía”, pero las agencias como el Instituto de
Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia –IDEAM- ya han empezado a considerar la
posibilidad de la llegada de la “Ola de invierno”,una fuerte temporada de
lluvias, que de darse en los niveles que se pronostican, puede producir
afectaciones, deslizamientos y desprendimientos de las laderas como montañas
que se escurren como lava hacia abajo, sobre todo porque su capa de protección
vegetal ha sido afectada a lo largo del tiempo, y de modo especial, en esta
temporada de sequía por la constante tala del bosque, deforestación e
incendios.
Hasta el momento no se escucha nada de
parte de las autoridades con respecto al planteamiento de planes y programas de
mitigación de riesgo, o de preparación para los eventos a los que se expone la
ciudadanía ante eventos posibles de catástrofe por sismos, derrumbes, lluvias
incesantes, etc. Los pobladores de esta ciudad parecen estar desprotegidos y
desinteresados del tema.
A medida que avanza la ciudad hacia
las zonas altas de la ladera, se van produciendo un conjunto de problemáticas y
conflictos ambientales. No solo por los procesos de deforestación sino de
afectación de las cuencas hidrográficas existentes sobre este territorio, que
son varias, y que se descuelgan buscando el río Cauca. Deforestar y afectar los
ríos implica afectar también la fauna y la flora existente.
En casos como el río Pance, la
urbanización no se detiene y avanza incesante hacia las zonas más altas y de
protección, precisamente por el mercado de la tierra su valorización. Se está
interviniendo esta cuenca en nombre del “desarrollo” y el “progreso”, así como
en su momento se intervinieron otras como la del río Cali y Aguacatal, para
hacer de ellas espacio de una geografía del turismo, espacios de vida para las
clases medias altas por los beneficios ecosistémicos y paisajísticos que
ofrece. En otras zonas como Siloé, los Chorros, Montebello, Terrón Colorado,
entre otros, los beneficios de ocupar estar áreas están relacionadas con el atractivo
ofrecimiento de servicios básicos a costos menores (agua, alcantarillado,
energía, techo, entre otros,).
De este modo, en las laderas de la
ciudad de Cali, lo urbano se va adentrando hacia lo rural y lo rural empieza a
configurarse con los rasgos urbanos. Construcciones, vías, viviendas, personas,
extensión de redes de acueducto, alcantarillado, de energía, etc. Suelos, antes
fértiles para la protección y conservación forestal, ahora cubiertos de
cemento.
La gestión del recurso hídrico
presenta graves problemas en tanto no solo se da una fragmentación de
competencias de los entes administrativos y del Estado sino también que los
distintos planes de desarrollo parecen ruedas sueltas de los Planes de
Ordenamiento Territorial y estos, a su vez, de los Planes de Ordenación de las
Cuencas Hidrográficas. Planes, planes y planes, que parecen
estar escritos en papel mojado, sin coordinación, integración y eficiencia. Ruedas
sueltas como sueltas las instituciones del Estado responsables del orden y
control territorial.
Cada día, una nueva casa, una nueva
urbanización, un nuevo barrio, una nueva obra y un bosque menos. Las colinas
arrasadas por la urbanización, la extracción de materiales. Los ríos, fuentes
vitales para la sustentabilidad del agua y de la alimentación, ahora
urbanizados y privatizados. No existe una gestión integrada del territorio. Parece
ser un evento incesante y sin posibilidad de control. Se va construyendo así,
poco a poco, día a día, un desastre ambiental de magnitud impensable, ante la
vista de todos, de la sociedad civil, de las autoridades y de los empresarios.
Se
presencia entonces, todo un proceso de degradación ambiental urbana entendida
como el resultado histórico de las constantes intervenciones y acciones humanas
que someten el territorio a presiones y que van generando transformaciones y
afectaciones a las condiciones propias de los ecosistemas, para dar paso a la
configuración de estructuraciones urbanas.
Foto: Hernando Uribe Castro y Luis Hernando Hidalgo, 2016 |