La urgente necesidad de transformarnos
Por
Hernando Uribe Castro
Doctor en Ciencias Ambientales
Hernando Uribe Castro |
La Organización de
Naciones Unidas ha dado a conocer en los últimos meses varios datos
interesantes, y altamente preocupantes, que ponen en evidencia cómo el rumbo
hacia la extinción de la vida en el planeta sigue su curso.
Los gobiernos no han tomado las medidas y los controles necesarios y contundentes para detener esta destrucción sistemática y continua de la naturaleza. Pareciera como si estuvieran no solo incentivando las actividades extractivas en los territorios locales, sino también las prácticas deforestadoras de selvas y bosques para transformarlos en zonas para ganadería extensiva, monocultivos agrícolas y comercio global de la biodiversidad. Su falta de acción por detener este daño manifiesta el desinterés por la vida, y la continuidad en la implementación de unas política del negocio económico, del flujo y la concentración del capital y la dominación.
Los gobiernos no han tomado las medidas y los controles necesarios y contundentes para detener esta destrucción sistemática y continua de la naturaleza. Pareciera como si estuvieran no solo incentivando las actividades extractivas en los territorios locales, sino también las prácticas deforestadoras de selvas y bosques para transformarlos en zonas para ganadería extensiva, monocultivos agrícolas y comercio global de la biodiversidad. Su falta de acción por detener este daño manifiesta el desinterés por la vida, y la continuidad en la implementación de unas política del negocio económico, del flujo y la concentración del capital y la dominación.
Al mismo tiempo, gran
parte de los habitantes en las ciudades -encantados por la magia de la
modernidad y la racionalidad instrumental ´tecno-económica-informacional´-, continúan
su vida cotidiana realizándola bajo comportamientos insustentables: pobres en entendimiento ambiental que se niegan a la reflexión; increíblemente egoístas, reducidos al
economicismo y que se abren de puerta entera al consumismo agigantado y poco
autocrítico de su estilo de vida. Según la ONU:
“En abril de 2020,
la concentración promedio de CO2 en la atmósfera fue de 416,21 partes por
millón (ppm), la más alta desde que comenzaron las mediciones en Hawái en 1958.
Además, registros de hielo indican que dichos niveles son los más altos de los
últimos 800.000 años […] Si bien es cierto que el tráfico vehicular y aéreo,
así como la actividad industrial, se han reducido drásticamente en la mayoría
de las partes del mundo desde enero de 2020, este no es el caso con nuestro
suministro de electricidad: el 64% de la combinación global de energía
eléctrica proviene de los combustibles fósiles (carbón 38%, gas 23%, petróleo
3%), según el informe Perspectivas de la energía en el
mundo 2019 de la Agencia Internacional de Energía. Los sistemas
de calefacción han seguido funcionando como antes de la COVID-19. Ninguno de
los asuntos clave ha cambiado (como la transición hacia las energías
renovables, el transporte público o la deforestación). Los incendios
forestales, que han aumentado en probabilidad y gravedad debido al cambio
climático, continúan afectando áreas
de Brasil, Honduras, Myanmar, Tailandia y Venezuela, y cada uno de esos fuegos
emite grandes cantidades de CO2 adicionales”[1] A la par con ésta
realidad, sucede también que: “Con casi 100 millones de personas más que van cayendo en la pobreza
extrema en 2020, 1.400 millones de niños afectados por el cierre de escuelas, y
más de 400.000 muertes confirmadas por COVID-19 a principios de junio”[2] (2020, p. 3).
Lo anterior permite evidenciar que la modernidad y su orden ´tecno-económico hegemónico dominante´, como lo enuncia Leff[3], han sido nocivas tanto para la dinámica natural del planeta, como para la mayor parte de la especie humana y las demás especies con quienes compartimos este sistema de vida en la Tierra. Del que solo un grupo muy reducido, selecto, se ha beneficiado de ello y continúa haciéndolo. Este grupo buscará por todos los medios de proseguir aplicando la anestesia colectiva y global, el entretenimiento fútil, el desencantamiento por el pensar y la proliferación de la vida de las formas banales y encantadas.
Como especie,
estamos enfrentando, al mismo tiempo, en todos los lugares y con efectos
similares, la insostenibilidad del modelo social, político y económico que
hemos conocido y que nos ha sido impuesto. Pareciera como si, un hechizo
poderoso atrapara y arropara, porque pocos -dominados por el miedo y el pánico-,
se han alterado e interesado por sacudirse de ello para tratar de despertar de
este largo letargo de conjuro, dominación y control, que ha hecho de los
corazones humanos de muchas gentes, órganos biológicos pesados, duros, insensibles
y blindados, que como rocas impiden el fluir y el discurrir por la sangre de la
emoción, el amor y el respeto. Seres que no desean y no tienen el interés de
darse el tiempo por comprender qué sucede en este transcurrir por la senda de
la destrucción.
Vidas que
transitan por oscuridad, a pesar de toda la luz poderosa del sol, la luna y los
cúmulos estelares que ingresan cada día y con más fuerza a este maravilloso
planeta, y que invitan a un despertar, a una reconexión con nuestras raíces
naturales y ecosistémicas. Una luz que invita y estimula a incorporar nuevos
pensamientos, sensaciones y emociones por la vida y para el fortalecimiento de
nuestras conciencias. Una luz que pone antes nuestros ojos y que nos permite observar
a todo momento la complejidad y belleza de todo un sistema planetario
interconectado, donde el brillo de los seres, el agua, el aire, las plantas y los animales se
conjugan como un todo, como un sistema. Una red de vida, interrelacional,
multiestacalar y multidimensional. Vidas incluso invisibles a nuestros
receptores biológicos, pero que por el hecho de no verles ni escucharles, no
significa que no existan. El sistema viviente planetario nos invita a una
apertura de la mente, del cuerpo y de la energía, hacia la comprensión y la emoción
como un todo inter-retro-conectado.
Este despertar,
ahora e inmediato, es una necesidad para transformar esta pesada realidad
humana que ciega nuestro entendimiento y que afecta el corazón, los sentidos y las emociones, y que nos conduce a los cavernas más oscuras
en nuestra existencia. El juego de luces estelares y cósmicas, así como las
propias luces que están dentro de cada uno de los seres humanos, deben
activarse para que nuestras conciencias y nuestros pensamientos activen otra realidad
ambiental y ecológica. Respetuosa con la vida, amorosa de la verdad y la paz. Somos
parte de este complejo entramado de vida que nos observa, que nos da el ejemplo
de cómo vivir en las condiciones de vida que impone éste planeta. Unas
condiciones que tienen sus límites físicos, biológicos, ecológicos, sociales
(económicos y culturales). Una conciencia que transita hacia el encuentro
colectivo, no solo con nuestros hermanos humanos, sino con todos los demás seres
de este sistema viviente planetario y extraplanetario. Un encuentro que
manifiesta la unión, la verdad y el amor en los territorios planetarios.
[1] ONU. (2020). El mundo
registra concentración record de dióxido de carbono a pesar de la Covid 19. En
Línea: https://www.unenvironment.org/es/noticias-y-reportajes/reportajes/el-mundo-registra-concentracion-record-de-dioxido-de-carbono-pesar
[2] PNUD. (2020). Más
allá de la recuperación: con miras a 2030. Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo. p. 3.
[3] Leff, E. (2019).
Ecología política. De la deconstrucción del capital a la territorialización de
la vida. México: Siglo XXI Editores.